Primer aniversario de la muerte de Enrique Servín

 

Texto de

Hugo Servando Sánchez

 

Estamos reunidos para conmemorar un año de la muerte de nuestro amigo y maestro, Enrique Alberto Servín Herrera. Me acuerdo de que cuando platicábamos acerca de este momento me decías que no querías que fueran a hacer alguna cosa exagerada y que estabas, ya de por sí, muy molesto por tener a dos cuadras de tu casa el trasero de Fuentes Mares como para que fueran a hacer algo así contigo. Ni tu familia ni tus amigos permitiremos que hagan lo que quieran con tu nombre. Me pediste que le recordara a Kenia e Hiram lo mucho que los amabas y cómo resignificaron todo el curso de tu vida. El valor de tu obra está ya patente en tus libros y en los recuerdos que tenemos de tus conversaciones siempre con esa mezcla de pesimismo que inmediatamente después contradecías con una energía desbordante y esa alegría de vivir tan tuya.

   Quiero decirles a todos los que nos acompañan esta noche que tu deseo era siempre que se festejara incluso en un momento tan triste como este. Tengo tantas cosas que agradecer a Enrique: fue él quien presentó mi primera muestra de poesía y por quien obtuve un trabajo formal, también fue de él de quien recibí los mayores ejemplos de ética, después de los de mi propio padre, con respecto a lo que debe hacer en su vida un ser humano. Con él me subí a un avión por primera vez y al estar a punto de despegar me dijo: te das cuenta de cuántas generaciones en la historia de la humanidad han soñado con poder volar sin haberlo conseguido. Esa sola pregunta me marcó y la considero en sí misma un regalo ya que gracias a ella tomé conciencia de la brevedad de nuestra vida.

   Recorrimos medio país por carretera y al estar frente a la catedral de Zacatecas al igual que años después frente al Taj Mahal en la India, se nos humedecieron los ojos ante tanta belleza descrita por él arquitectónicamente, lo cual la hacía más cara a mi memoria. Quién no recuerda aquellos banquetes que nos preparaba junto con Tere Ortega: Arroz con joyas, Cometzarsi, Jincales, Fezenyan, todo junto a una profusa explicación e historia de la cocina Georgiana, o del imperio Persa. En veinte años casi nunca lo escuché repetir la misma historia, como les sucede a muchos grandes maestros.

   Escuchar a Enrique Servín era aprender de la vida y aprender a vivir, a no conformarnos con nuestros conceptos de crianza de lo que una persona debe conocer. Cuando nos encontrábamos en un restaurante y veíamos entrar extranjeros me decía: vente, vamos a saludarlos. Yo, avergonzado, me resistía ante tal proeza descarada de socialización, acto seguido él se levantaba y los conquistaba con todos aquellos trucos de magia que sabía aparecer como si hubieran estado refugiados en sedas de miles de colores.

   Cuando recién lo conocí, me habló de muchos de los escritores chihuahuenses contemporáneos como si hablara de grandes escritores a los que admiraba sinceramente por tal o cual escrito, me hacía un resumen de sus obras o me repetía poemas completos, o pasajes de sus novelas. Era un crítico que se basaba en formidables conocimientos pero también era un hombre que sabía reconocer el talento de los otros y era generoso al momento de promocionar a tal o cual artista. Luego se veía enredado en la lengua de otros que lo tachaban de misógino, de mafioso de la literatura, entre otras muchas cosas y le daba tristeza porque algunas veces se trataba de las mismas personas que él había  ayudado.

   Conocer a Enrique Servín fue un privilegio y su muerte nos obliga, como sus amigos, a dar la cara por él para exigir justicia pero también para rescatar el patrimonio cultural que representa su obra para Chihuahua. Es por ello que agradezco a toda su familia, en especial a sus hermanas, Gabriela, Lorelei y Pilar, por la confianza que han tenido conmigo, con René Cisneros y con Nelson Solorio para llevar a cabo acciones de búsqueda y rescate entre sus pertenencias. A este respecto tengo el privilegio de decirles que el trabajo de la misma familia y de sus amigos ha dado fruto, pues contamos con la novela inédita que creíamos perdida. Asimismo, contamos con uno de sus mayores tesoros literarios, El libro de las cosas que no existen, el cual terminó desde hace más de quince años y cuidadosamente resguardó para que se publicara después de su muerte —esto se deduce del hecho de que por su modestia no se atrevió a hacerlo en vida. Del mismo modo estamos conformando un archivo con sus poemas inéditos, de obra propia como de traducciones que hizo de diferentes autores e idiomas. Hay trabajo para un largo rato y sabemos que contamos con todos ustedes en caso de ser necesario.

 A continuación les leeré un poema de mi autoría para conmemorar su vida:

 

Un día nos subimos a un helicóptero

para hacer volar miles de poemas desde las alturas.

Eras como un profeta de la belleza,

un ateo que rezaba el Barco Ebrio a grandes voces.

Querías liberar a la gente de sus creencias

que los atan al miedo de las religiones,

querías interrumpir sus pasos para decirle a cada uno:

vivan, gocen, porque somos un milagro de la materia,

somos una casualidad en el universo.

Un día me confesaste que te aburrías

porque todo te resultaba ya predecible:

las conversaciones, los problemas que te interrumpían

del conocimiento como la batería del carro o las goteras de tu casa.

Una mañana antes de morir viste pasar a un hombre pauperizado,

lleno de tierra a quien le preguntaste de dónde venía.

Te contestó que de Guadalajara, de aventón, buscando a su hijo.

Te confesó que llevaba un par de días sin comer

y fuiste hasta el cajero para darle algo.

Cuando se despidieron le diste un abrazo,

porque así eras tú, te detenías en cada esquina

para hablar con los que no tienen nombre,

ni riqueza, ni futuro,

cuando no jugabas a perseguir a una paloma coja

para darle un poco de agua.

Grabaste en tu cabeza de genio uno de mis poemas

y lo repartiste a todos diciéndoles que yo era un verdadero poeta.

Nunca supe como hiciste un día para caminar

de un extremo a otro de un lomerío de Ojinaga

mientras tus amigos más jóvenes nos deshidratábamos,

pero algo te movía, una energía de las piedras te alimentaba,

luego nos contabas la historia de ese o aquel pueblo.

En carretera, señalabas los trabajos kilométricos de la industria

que arrasaban con el desierto.

 

Y esa noche, la última en la que te despediste

sin saberlo para siempre.

Esa noche atravesaste como siempre en tu Tsuru la ciudad vacía,

como te gustaba.

Y llegaste a la negrura de tu calle,

atravesada por un haz intenso de luz que parecía un reflector siniestro

en el escenario de tu vida.

No volvimos a verte, sólo te soñamos.

La última vez en un restaurante,

contándome una chairinol,

pero una vocecita en mi cabeza empezó a decirme:

no hagas caso, ya no vive, 

pero logré hacer que se callara

para que me dejara oírte.

 

Desperté sonriendo y con hambre,

querido amigo Enrique.

Sólo tengo este feo poema para rendirte homenaje

Me hubiera gustado que lo diseccionaras

como a un saltamontes muerto y me dijeras:

deja sólo las alas y la cabeza que son lo más hermoso

lo demás, tíralo a la basura.

 

 

 

 


Hugo Servando Sánchez es un poeta y narrador chihuahuense de 43 años de edad. En el 2005 publicó el plaquette de poesía Impureza. En el 2017 apareció su libro de poemas “Calle del Retorno” en la editorial de la UACJ. Invitado a encuentros literarios como “Lunas de Octubre” en La Paz, B.C. y al de “Kritya: International Poetry Festival” en Kerala, India. En el 2018, apareció su libro  “La pelea del gato y otros cuentos”. En 2019 publicó “Contubernio” junto a las poetas Ruby Myers y Alejandra Torres.

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