En el mundo de mares y noches, de águilas y cuervos, de oros y guerras de la antigua poesía islandesa, hay una metáfora –una kening- para designar la espada: Gunnblicks, la luz de la batalla. Durante mucho tiempo me deslumbró la que pensé la imagen más justa y más bella para definir un instrumento tan cercano al alma de los hombres. Su aparición en el poema encendía un duro resplandor que separaba la visión del resto de las palabras: un anillo que quemaba todo a su alrededor. Sin nombrarlo, las palabras volvían sagrado al objeto que cantaban.
Después encontré una variación, usada por Snorri Sturlurson. Oscurecía su luz, pero la hacía tal vez más precisa: Gunnar glóð- la brasa de la batalla. En el campo sombrío, el tiempo del combate ha terminado. Húmeda por el rocío de los cadáveres, la hoja reposa ya, apagándose lenta en un sordo fulgor. Espada es destino. Sin embargo, y aunque su sueño se extienda por mil años, la espada guardará la memoria de ese día, de la nieve, de la ola, de la sangre de cada uno de sus muertos. Como un rescoldo que escondiera su fuego para abrirlo en la hora que comience, otra vez, la batalla.
—Gaspar Orozco
(De El Libro de los Espejismos)
Fotografía: Filo de una espada vikinga del siglo X, de la colección de armas y armaduras del Metropolitan Museum de Nueva York
Gaspar Orozco nació en Chihuahua, México, en 1971. Sus libros de poesía incluyen Abrir fuego (2000), El silencio de lo que cae (2000), Notas del país de Z (2009), Astrodiario (2010),