Fitzcarraldo

Sumergirse en  aguas desconocidas e inquietantes no es algo que suceda tan a menudo en la vigilia, aunque en los sueños es una de las condiciones comunes y a la vez  más inquietantes, como si a través de las aguas oníricas fluyeran todos nuestros temores y pensamientos pesimistas. Ahora vamos a sumergirnos de la mano de una narradora extraordinaria de mundos especulativos en un sueño de agua en agua y una narración caníbal inesperada. 

—Maricela Guerrero

Caníbal

Había llenado el estanque hasta la mitad. Quería ver cuánto subiría el nivel del agua una vez que terminara de acomodar todas las piedras y las plantas. Nada de peces ni tortugas ni salamandras ni cualquier otra cosa cuyo movimiento recordara el flujo de vida en el agua. Nada de cuya muerte tuviera que responsabilizarse: era imposible deshacerse de los restos: era imposible detener la descomposición: el cuerpo desintegrado se trasladaba a su propia carne, a los órganos, al aire que entraba y salía invadiendo los fluidos, los canales nerviosos: el cerebro.

  Las cenizas hablaban bajo el agua. No sabía qué lenguaje debía usar para responder a la constante letanía. Era difícil trasladar su propia onda sonora a la onda sonora que brotaba a borbollones ahí abajo, entre sus pies:

Nerum del óstráy duodeno emitrú enfrey, descalnicci e vu… vu… deistri vu…
Nerum del óstráy duodeno emitrú enfrey, descalnicci e vu… vu… deistri vu…
Nerum del óstráy duodeno emitrú enfrey, descalnicci e vu… vu… deistri vu…

La miraba: el agua y la ceniza bajo el agua: y entre sus ojos se abrió una luz consonante: y la Voz Negra en la habitación 8 de su Torre Cerebral vio pasar o / escuchó / :
[Nebulizar la tierra bajo las corrientes: todas las corrientes /
la corriente de fuego arremolina

                                    vociferaciones de estrella ardiente

              aullantes

tremebundas
son cantatas del viajero que ha liberado de la cuerda el cuello
un momento

 

                   –sólo un momento–

para sentir de nuevo la tierra fresca entre los dedos de los pies.]

Notó el día en el cielo y había una curva negra abrazando a la piedra satelital: atravesaba un puente de herrumbre y parecía que atravesaba un puente de tiempo y de rastros dimensionales: la piedra no se iba con su noche / y / el día ya llegaba con el aura de bordes dorados / zumbando de estertores el fuego aéreo: cero nubes entre el [no-día] y la [no-noche]. Entonces miró sus manos y en ellas ya no había líneas, ni surcos, ni carne en las uñas:

sólo un nombre
sólo un nombre
sólo un nombre

Y la explosión uterina del agujero negro
que sostenía entre los canales estrechos de su corriente luminosa
un arco de lenguas gigantes que entreveraban el aire:

Nolsikov regertis amestra ishhhhhrramelne adyra
Nolsikov regertis amestra ishhhhrramelne adyra
Nolsikov regertis amestra ishhhhrramelne adyra

El bullicio del agua ya no era bullicio: era el rostro de un salmoneco invertebrado
Una boca que por sí misma era boca
Una voz

que en realidad brotaba de las líneas de la mano que ya no estaban en la mano,
y se paseaba por la tapicería de la habitación 8 de la Torre Cerebral
pidiéndole, a cada gorjeo de ceniza de agua,
un meteoro de bocanada solar
un cencerro amartillado con fractales de humo
un torniquete que detuviera la carne líquida, anillada, enfebrecida de muerte, enfebrecida,

enfebrecida de muerte.

Una sombra que por sí misma era sombra

Se levantó de entre el fondo del agua y la miró mirar que no la miraba, sino a la ceniza que iba dejando de ser ceniza para ser toda entera la sombra y la boca y la voz y el bullicio de muerte enfebrecida que gruñía e invadía su cuerpo a través del aire que respiraba y le pedía:

HABÍTAME

 

 

De Habitantes del aire caníbal, Editorial Resistencia, 2017.

Sueño

Como el barco de Fitzcarraldo, estoy a bordo de un barco blanco, enorme. Voy recorriendo los pasillos en busca de mi camarote. Leo los letreros y me da risa que todos dicen SALIDA DE EMERGENCIA. Siento que mientras más avanzo, más pasillos y letreros aparecen, hasta que me detengo a observar por una de las ventanas a la gente que nos despide en el muelle. Estamos zarpando. La luz en el cielo es intensa y la superficie del mar brilla anaranjada, reflejando el sol del ocaso. Veo que unas lanchas empiezan a seguirnos, como si quisieran escoltarnos. Se acercan a una distancia desde la que puedo ver a los nativos de la isla en la que estábamos. Uno de ellos me grita que nos van a seguir para ver hasta dónde llegamos antes de ser devorados por la Bestia del Aire: un vórtice donde se juntan el mar y el cielo, absorbiendo todo lo vivo que cruce por ahí. Miro hacia donde señala su mano y ahí está, inmensa, la Bestia. Corro por los pasillos para avisarle a alguien, pero sólo encuentro escaleras por todos lados. Al fin decido bajar por una de ellas y llego a una alberca demasiado azul, y sin pensarlo, me aviento a ella. Conforme voy nadando se me va quitando el miedo y de pronto ya nada me importa más que nadar. Entonces noto que alguien me mira desde uno de los bordes de la alberca. «¡El emisario de la muerte me está buscando!», pienso. Tiene rasgos orientales y hermafroditas. Está rapado y todo él es azul casi morado. Me pide que salga del agua para que me diga algo importante. Me da un reloj de agua igual de azul que su cuerpo y me explica que debo ajustarlo bien y comprender que me queda poco tiempo. Le pregunto que poco tiempo para qué y me enseña, en su dedo anular, una línea. “Ésta es la línea de la vida. La tuya llega hasta aquí.” Y me enseña la línea en mi propio dedo. Es mucho más pequeña que la suya y casi invisible. Le pido que me diga cuánto exactamente; si será una muerte natural o no. Se aleja hacia una puerta bajo las escaleras y niega con la cabeza. Antes de atravesarla, me dice que yo lo sabré; que es momento de terminar lo empezado, y al despedirse, sonríe diciendo que toda muerte es natural porque estaba cartografiada en nuestro destino desde que nacimos.

Actualmente
Escribo un nuevo libro de cuentos; trato de entender lo que quiero hacer con la primera novela en la que estoy sumergida desde hace unos meses, y dedico la mayor parte del tiempo a hackear el sistema promoviendo la lectura y la escritura de géneros especulativos.
 
Sueños futuros
Soñaría a quienes me sueñan, para saber si les he soñado alguna vez.

 

 

Iliana Vargas nació en la Ciudad de México en 1978. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es autora de los libros de cuento Joni Munn y otras alteraciones del psicosoma (2012); Magnetofónica (2015); Habitantes del aire caníbal (2017) y Yo no voy a salvarte (2021). Es cofundadora de la MexiCona: imaginación y futuro.

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