por Milagros Porta
Matías Mendez
La lucidez
Hexágono Editoras, 2021, Ciudad de Buenos Aires, 104 pp.
¿Qué es lo que nos hace seguir creyendo en la expresividad de un soporte?
Algo que excede la razón y se parece al misterio.
MARIELA SCAFATI
Se empieza por la falla. Hay ruinas en el paisaje, hay calles sin salida, viajes o deseos que no se cumplen, y cuando llega el momento de anclar la poesía escrita de a retazos en la forma concreta de un libro, Matías Mendez se hace cargo de esa incertidumbre: busco mi poema final/todavía estoy lejos de escribirlo, dice en el arranque de su primer poemario, La lucidez. La búsqueda se extiende en las tres partes que componen el libro, publicado en mayo por Hexágono Editoras. “El poema es solitario y está en camino”, diría Celan. Pero hay que agenciarse su territorio. Es la angustia del poeta que busca la imagen en una época fragmentada, sin coordenadas que lo guíen, dispuesto a inventarlas.
Abrir un libro para encontrar una hoja de ruta, entrar en el trayecto que se dirige al presente más presente pero que antes necesita superar —en palabras de Juana Bignozzi, citada en el primer epígrafe del libro— un regreso a la patria. Es la infancia, sí, es conversar con el niño que fue y con el pasado que ya no se tiene, pero es también la región de los poemas ajenos, vueltos propios por la insistencia de las relecturas. Matías parece haber conocido el mundo a partir de esas palabras otras, textos que me descubren las calles/más que las calles mismas. Hermanado con sus textos-mapa y sus textos-campo de batalla, empieza a tejer una tradición íntima, propia.
Sin ignorar que a veces de lo escrito solo vuelve un eco, La lucidez insiste: es importante hablarle a lo que nos habla. Decir por decir, recuperar una palabra conocida en un contexto diferente. Me recuerda a Zurita y su idea de escribir en el instante de todas las escrituras, donde el tiempo se suspende y la totalidad de los poetas escriben en simultáneo para que se suelten “pequeñas fulguraciones del mar general del habla”. El poema le debe su carne a lo colectivo. Así se vuelve artefacto de los acontecimientos más sutiles que atraviesan lo contemporáneo; hay una defensa de los cuerpos, de la suavidad de los cuerpos, la crueldad de los cuerpos. Una cartografía sensible a los cambios del mundo, y al efecto de su destrucción en la piel de lo vivo. Ante todo, Matías desconfía del lenguaje que oculta verdades petrificadas, y delata esos discursos en versos casi ansiosos que no tienen miedo de contradecirse. Sólo se sabe una cosa: hoy las victorias son menos claras/las guerras se esconden durante el día.
Matías enuncia desde un cuerpo frágil que interroga a la muerte con la insolencia de quien busca conclusiones en lo oculto: hay un trabajo de clarividencia, el poema es el único soporte posible para hablar de lo ausente con el que se ausenta, y un interlocutor imaginario otorga aprendizajes que exceden la razón y se parecen al misterio. Son operaciones de un texto vinculado siempre con la piel que lo produce, y su dolor se vuelve imagen, y su palabra se pronuncia aún cuando nadie responde.
Asistimos a un derrumbe en la casa de las certezas, y seguimos pensando que vendrá la lucidez/y sabremos qué hacer/cuando nos estamos muriendo entre nuestros propios brazos. ¿Cómo asirse a un lenguaje tan cargado de guerra? ¿Es posible un decir que no lastime? En el reverso de esta confusión que lo preocupa, La lucidez pareciera estar escrito en voz baja; los versos se vuelven balbuceos que persiguen el sentido. El poeta al fin hace silencio, porque sabe que tal vez la sinceridad sea solo eso: entre el filo de los discursos cotidianos, asumiendo las heridas que dejan algunas palabras, hay que tantear el borde del lenguaje para encontrar una forma del decir que sea caricia y resistencia. Sus imágenes, nítidas, palpables aún cuando se desploman, quieren rescatar una comunidad en ruinas, y revitalizan las calles más despobladas. La corteza palpable de los bosques y de las ciudades siempre le gana a la promesa de un cielo; anclados a este mundo —nunca a otro— hacemos alianzas entre poetas porque sólo así podemos exigir un horizonte probable y una nueva lucidez. ♣
Milagros Porta nació en Buenos Aires en 2002. Estudia Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Se desempeña como coordinadora en la revista Taipei/Crítica de cine y en la Editorial Rutemberg; a su vez, colaboró con textos sobre cine en Las Veredas, Revista Varla y La rabia. Actualmente corrige su primer libro de cuentos, a publicarse en 2022.