De las maravillosas reminiscencias de los parques temáticos y los imaginarios católicos alrededor de una virgen, Esther Gámez nos cuenta un sueño extraordinario vinculado con una pieza bordada de su más reciente obra plástica. Que lo disfruten.
—Maricela Guerrero
Sueño:
Estoy sentada en el tranvía de los Estudios Universales, el tour ya está en proceso. Yo y los demás pasajeros, todos desconocidos, pasamos por las atracciones regulares: la casa de Norman Bates, las aguas partidas de Moisés, Amity Island de Jaws con el tiburón animatrónico, la ciudad en caos de King Kong. Pasamos por la serie de catástrofes naturales genéricas que se han usado en muchísimas películas: la inundación, el terremoto, el puente que se rompe, el incendio. Todo transcurre con la normalidad de la vida real excepto por un detalle que me recuerda que estoy soñando, mi visibilidad es muy limitada. Una neblina no muy californiana cubre el ambiente, todo está un poco borroso y frío. No veo más allá de unos cuantos metros. Sé que no es neblina real, más bien, el mapa del parque sólo existe en las zonas por las que pasamos, una vez que nos alejamos, las cosas desaparecen tras de nosotros, la neblina se las traga.
La voz del guía suena fuerte en las bocinas y anuncia que vamos a ser los primeros en entrar a una nueva —¡nuevísima!— atracción. No puedo ver al guía a pesar de que estoy sentada en una de las primeras filas del vagón. Veo el micrófono flotar como si lo sostuviera un fantasma o el hombre invisible. No me parece raro pues estoy en un lugar donde los efectos visuales son el centro de atención, como el piano que se toca solo, o los fuegos que no queman a los dobles de acción. Todo es una ilusión.
En este tour, las cosas están al aire libre, o en una bodega que por dentro es Brooklyn, o en una estación del metro, o en el espacio sideral. La nueva atracción es dentro de un interior, pero no está contenida en una estructura hecha por algún humano sino en una montaña. El tranvía entra por una cueva pequeña donde apenas libra el límite de altura, una vez adentro la altura del techo es inmensa. Es una gruta hecha toda de cuarzo rosa. No hay camino, vamos sobre piedras irregulares, esparcidas de manera aleatoria. Hay mucha agua, también rosa, y la luz es nítida y cálida. Aquí todo existe a la vez, no hay neblina.
A pesar de que todo es muy bonito siento un miedo terrible y la certeza de que no debemos estar ahí. El guía invisible habla aunque no puedo entender lo que dice, los sonidos son borrosos, lejanos, una neblina sonora.
Llegamos a una segunda cueva donde el techo se abre aún más, muchísimo más. Al fondo de la cueva está nuestro destino: una virgen suplicante gigante, viva.
La virgen está en un nicho que alguien talló del mismo cuarzo rosa y a sus lados caen cascadas desordenadas, caóticas. El sonido de las cascadas ahora domina todo mi campo auditivo. La virgen está vestida de blanco pero su piel es de un rosa doloroso, como carne viva. La sostienen en su nicho unos cinchos de plástico gigantes, uno por la cintura, otro arriba de los codos, otro en sus tobillos y otro en el cuello, como una Barbie en su caja. Sus antebrazos están libres para que pueda suplicar, juntar sus manos y hacernos señales. Su pelo también es como el de una Barbie: rubio, súper lustroso, peinado con liguillas transparentes. Entre más cerca estamos, la tristeza crece y se hace insoportable, me duele en el pecho, en la garganta. Veo sus lagrimas, unas gotas espesas y gordas que ruedan por toda su cara una tras otra, bajan por su cuello y se absorben en la tela de su vestido.
Las cascadas no nos dejan escuchar lo que la virgen dice, ese es el plan, pero sé que ruega por que la liberen.
Nadie hace nada.
El sueño empieza a desaparecer de mi cabeza cuando el tranvía se enfila hacia la salida de la cueva, detrás de nosotros se alinean muchos más tranvías. La atracción está abierta al público.
Actualmente…
Sueños futuros
Esther Gámez Rubio se considera mitad sonorense y mitad baja californiana. Estudió Artes Plásticas y una especialidad en grabado. Su vida profesional se reparte entre la ilustración, el bordado, la pintura, la cerámica, los tatuajes y la gestión cultural. Sin importar el medio, su trabajo está siempre inundado del mundo natural: la botánica y la anatomía, lo colectivo y lo íntimo, la belleza y el horror.