por Iván García Mora
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Porque Correo del Fin del mundo es testimonio de una gran verdad: siempre llega un momento en el que nombrarse a sí mismo es volverse un extranjero. Un extranjero ante las cosas que supuestamente nos componen: rejas, sillones, polvo, plantas, manchas; todos los objetos cotidianos de los que nos volvemos espejo. Mirta Rosenberg escribió en 1984: lo único/posible de las cosas es nombrarlas/en un rodeo sin fin mientras se mueven/de lugar. Así comienza el viaje de Carlos Alberto Rodríguez, un personaje oprimido por las paredes de la urgencia, la urgencia de un mundo que demanda ser narrado.
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Porque una vez emprendido el viaje, al lado de su novia y su motocicleta, Carlos recorre con precisión felina los detalles del mapa visual y sonoro a los que se enfrenta. Como si fuera un álbum de ambient music se logra triangular un mimetismo entre lectores, autor y las esquinas de la naturaleza y la realidad social que son plasmadas. Así, al igual que en un LP de Tim Hecker, Pauline Oliveros o The KLF, los poemas de este libro estiran y comprimen la densidad del momento, arrojando sobre todo un significado emocional que se apodera del cuerpo del lector.
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Porque Carlos es consciente del fulgor de la circunstancia, de la irrepetible caída de los rayos del sol: nunca alumbrarán de la misma manera ni a un naranjo, ni a un pedazo de mar, ni al casco de un motociclista que recorre países extranjeros. Todo se le escapa a Carlos. Todo se nos escapa a nosotros en la vida. Esa es la esencia del lenguaje: correr tras la materia, estirar la mano para intentar jalarle la camisa y abrazarla, pero siempre quedarse a milímetros de una de sus mangas.
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Porque para seguir hilándose al mundo se necesita una renovación constante de las ideas, por lo tanto se necesita una renovación constante de nuestra identidad. En Correo del Fin del Mundo se nos muestra lo fugaz de las máscaras humanas. El aprendizaje derivado de las vivencias detona en nuevos escudos, caparazones, palabras y miradas con las cuales afrontar la realidad. Ya lo dijo Wilbur Mercer, la deidad en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Phillip K. Dick: “es la condición esencial de la vida, verse traicionar la propia identidad”.
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Porque esto es un libro cargado de rockstarismo: la llanura emocional que viene luego de tourear por lugares desconocidos. Pensemos en esto, ¿qué cosa más rockstar hay que escribir un libro luego de recorrer en motocicleta países que nunca habías visitado? Correo del Fin del Mundo nos recuerda la importancia de lo vivencial, de afrontar la experiencia para luego traducirla en texto. Pienso en un ejemplo claro de esto: Brian Eno. Antes de ser Don Ambient Music, Don Sonidos Largos Para Envolver Tus Neuronas, se coloreaba el cabello rosado, se maquillaba con sombras azules y era el tecladista de una de las bandas más importantes del british glam y de la historia de la música: Roxy Music. Conclusión: hay que aprender a sacudir la cabeza antes de escribir un buen libro.
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Porque no se es sin ser la otredad. Este libro es una Road Movie en la cual el autor y su novia se suben al escenario para recorrer las vidas ajenas. La cámara los graba mientras se vuelven testigos de los vestigios de la historia de otros pueblos; mientras andan en motocicleta sobre los cadáveres de otros mitos; mientras suman los fragmentos arrojados por la carretera para darle un nuevo sentido a sus vidas. Existe un voyerismo nato por la cotidianidad ajena, un impulso por la experiencia compartida.
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Porque estos textos en conjunto constituyen un altar, son una forma de decir “adiós”. Son un grimorio que se escribe desde un apocalipsis gradual llamado Mexicali, con el que a través del lenguaje se evoca al pasado. Son una carta donde naturaleza, objetos y personas nos hablan por igual. Son una noche de verano que no vuelve. Simon Reynolds escribió en Retromanía: “El presente se transformó en un país extranjero”. Así regresa Carlos después del largo viaje, como un foráneo en busca de edificar una nueva casa.
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Porque Correo de Fin del Mundo es un recorrido autobiográfico que busca reconstruir la belleza de lo indescifrable. Así como en Super Mario 64, el fontanero de cachucha roja recorre el castillo de Peach para adentrarse a las pinturas de su galería, Carlos nos lleva en primera persona a un viaje que lo reconfiguró como humano. La mente de Carlos es una galería de recuerdos, una nada que apunta hacia algo, un ímpetu que busca unir distintas piezas para darle sentido al mundo: la sabiduría de los objetos que reclaman que te desprendas de ellos; la libertad interrumpida por las fronteras que traza la burocracia; la duda y la indecisión como mismos espejos de la luz que recorre tu cuerpo; la soledad compartida ante lo fugaz de la naturaleza humana. Correo del Fin del Mundo nos arroja un versículo-amuleto para loopear en nuestras mentes antes de salir de casa: Todo viaje exterior se convierte en un viaje interior.
Iván García Mora (Tijuana, 1993). Músico y escritor. Sus textos han aparecido en distintas revistas como Neotraba, El Septentrión, Plástico y Low-fi Ardentía. Forma parte del comité organizador del Festival Internacional de Poesía Caracol Tijuana. Es autor del poemario Tadoma (Pinos Alados, 2020