por Joaquín Pineda
Musashi Miyamoto escribió que triunfar en un duelo a muerte es lo mismo que armonizar un arreglo floral o demostrar una caligrafía impecable. INTRA, procedimiento para resurgir de Indómita Danza Teatro es las tres: una carta con un mensaje tan peligroso que sólo puede ser escrito con el cuerpo.
Este número, que además de clausurar el XXIX encuentro internacional Entre Fronteras coincidió con el Día Internacional de la Danza, es el primer espectáculo de su nivel que he visto. Para alguien que creció con un concepto de la danza limitado a los bailables de la kermés escolar y las coreografías de música pop de inicios de milenio, la experiencia fue invaluable.
El cuerpo suspendido de Azalea López cayó a un espacio supersemántico, donde crecen articulaciones nuevas y se derriten los rostros, la ropa se hace una extensión de la piel, objetos cotidianos adquieren la fuerza para devorarte o arrastrarte con la fuerza de un toro, y esos mismos objetos se combinan con la anatomía humana para formar pezuñas y crear una criatura que encajaría sin problemas en el bestiario de Junji Itō o Roger Dean. El diseño sonoro de Manuel Estrella incrementó lo extraño y en ocasiones perturbador de la pieza, mientras que la dirección escénica de Karina Hurtado y la iluminación de Fernando Cano transformaron un simple ventilador en una quimera terrible, un dios apático.
Aún como neófito en esta disciplina —el tipo que llegó tarde a la fiesta, sin conocer a nadie— supe que había poco qué entender. Sin personajes que representar. Sin sentimientos que enaltecer. Sin ocasiones que conmemorar. Los talentosos miembros de Indómita crearon una molécula artística que existe para sí misma, sin ningún referente excepto lo asequible por músculos, huesos, tendones y, tal vez, un escenario.
Cuando eres admirador del boxeo y las artes marciales mixtas como un servidor, olvidas que la kinestesia tiene otras finalidades además de lastimar, imponer o destruir. Esa noche recordé que el movimiento —de un niño en pleno juego, de una bailarina ejerciendo su oficio— es un arte por sí mismo, que, por más que dancemos en la casa de nuestro cuerpo, no iremos a ningún lado. Y la danza seguirá con nosotros.
Fotografías de Armando Ruiz
Joaquín Alberto Pineda (1987) es un escritor bajacaliforniano. En el 2012 recibió una mención honorífica en el Premio Municipal de la Juventud en la categoría Mérito a actividades artísticas. En el 2018 y 2019 colaboró con notas culturales en el periódico La Voz de la Frontera. En el 2020 fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico en la categoría Jóvenes creadores. Describe su interés en la producción y el consumo de literatura como una lucha contra su propia irrelevancia. Actualmente es profesor de bachillerato impartiendo las materias de Inglés, Literatura y Temas de filosofía, además de ser colaborador en Radio UABC en distintos espacios.