Sueño
Soñé que estaba muerto (noche tranquila por lo demás)
Era un cura (vi mi alzacuello y sentí náuseas) y estaba muerto
me alistaba para ir a mi funeral
veía a una mujer que lloraba
y mis ojos que ya no se abrirían
las narices llenas de algodón y la boca.
No estaba totalmente triste,
un poco aburrido y nervioso
como si fuera a hablar en público.
Al otro día busqué en Google
qué significaba soñar con muertos
y decía que es una visión nostálgica del pasado.
Es curioso soñar que uno está muerto
al otro día estuve un poco en duelo
tomando cervezas y tequila
disfrutando que estaba vivo
y que los sueños, pues sueños son.
Rompeolas
Oscurece cada vez más tarde.
Recuerdo a las mellizas rubicundas de Coatzacoalcos
una me pidió mi nombre y la otra el cuerpo.
Aquí se toma café caliente al mediodía para menguar
el calor.
Camino por el malecón
y pasa una mujer de caoba en bicicleta y nos miramos
por el lapso de tiempo
entre dos palabras.
Un perro persigue a las aves marinas y a los cangrejos.
Un hombre de estaño bracea incansable contra el
aluvión
como si remolcara a su espalda el río,
una daga que endulza el mar algunos metros adentro.
Su piel bruñida se pierde en la confusión del estuario
y reaparece
cien metros después.
Llego al mar y me siento en el rompeolas
al lado de un dibujo en una piedra donde figura un
mar azul y un barco de vela.
Miro el horizonte,
el mar es silencio en estado líquido.
Petición a la NASA para incluir en su próximo
viaje al espacio a un poeta.
Porque falta probar el efecto de gravedad cero
en ciertas palabras.
Porque nadie ha leído “Muerte sin fin”
a todo pulmón en la noche del espacio.
Porque tengo una hipótesis:
Los sueños gravitan lentamente
como una burbuja de agua en la boca.
Porque si al ingeniero corazón de hierro
la tierra a trescientos mil kilómetros de distancia
le provoca una lágrima pequeña
como una astilla, el poeta es posible
que lo entienda todo de una vez,
la función de los hoyos negros,
la llamada de auxilio de los pulsares,
el corazón roto de una supernova,
la curvatura del espacio y la antimateria.
Porque hace falta llevar un barril de cerveza
y brindar al mutismo de Neptuno,
acariciar con la lengua el brillo del sol
y atraparlo con los dientes como una gragea.
Porque la luna es abundante
en un material precioso y no renovable: silencio.
Por eso la NASA debe enviar
en su próxima expedición a un poeta,
para que todos los demás mortales
que nos quedamos viendo las estrellas
desde nuestra calle, sepamos qué pasa allá
arriba cuando los astronautas
se meten en sus sacos,
después de un día de experimentos importantísimos,
como quien duerme bajo el agua.
Fotografía de Julián Zepeda
Martín Camps es autor de Acercamientos a la narrativa de Luis Arturo Ramos (Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2005), Cruces fronterizos: hacia una narrativa del desierto (UACJ, 2007), La sonrisa afilada: Enrique Serna ante la crítica (UNAM, 2018), Dialogues on the Delta: Approaches to the City of Stockton (Cambridge Scholars Press) y Transpacific Literary and Cultural Connections Latin American Influence in Asia (Con Jie Lu, Palgrave, 2020). Ha publicado más de treinta ensayos académicos en revistas especializadas como Hispanic Journal, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, así como capítulos en varios libros sobre autores como Roberto Bolaño, Oswaldo Reynoso, Gabriel García Márquez y José Revueltas. Es autor también de seis libros de poesía, entre cuyos títulos se encuentran: Extinción de los atardeceres (Ichicult, 2009) y Los días baldíos (Tinta nueva, 2015). También es autor de la novela Horas de oficina (Niram Art, 2014) y de las traducciones de Rainbows at Seven Eleven (Eón, 2016) de Luis Arturo Ramos y Parque Industrial: novela proletaria (Samsara, 2016) de Patrícia Galvão. Actualmente es profesor de la University of the Pacific en Stockton, California, donde también es Director de Estudios Latinoamericanos.