Tres poemas de Martín Camps

Sueño

 

Soñé que estaba muerto (noche tranquila por lo demás)

Era un cura (vi mi alzacuello y sentí náuseas) y estaba muerto

me alistaba para ir a mi funeral

veía a una mujer que lloraba

y mis ojos que ya no se abrirían

las narices llenas de algodón y la boca.

No estaba totalmente triste,

un poco aburrido y nervioso

como si fuera a hablar en público.

Al otro día busqué en Google

qué significaba soñar con muertos

y decía que es una visión nostálgica del pasado.

Es curioso soñar que uno está muerto

al otro día estuve un poco en duelo

tomando cervezas y tequila

disfrutando que estaba vivo

y que los sueños, pues sueños son.

Rompeolas

 

Oscurece cada vez más tarde.

Recuerdo a las mellizas rubicundas de Coatzacoalcos

una me pidió mi nombre y la otra el cuerpo.

Aquí se toma café caliente al mediodía para menguar

el calor.

Camino por el malecón

y pasa una mujer de caoba en bicicleta y nos miramos

por el lapso de tiempo

entre dos palabras.

Un perro persigue a las aves marinas y a los cangrejos.

Un hombre de estaño bracea incansable contra el

aluvión

como si remolcara a su espalda el río,

una daga que endulza el mar algunos metros adentro.

Su piel bruñida se pierde en la confusión del estuario

y reaparece

cien metros después.

Llego al mar y me siento en el rompeolas

al lado de un dibujo en una piedra donde figura un

mar azul y un barco de vela.

Miro el horizonte,

el mar es silencio en estado líquido.

Petición a la NASA para incluir en su próximo

viaje al espacio a un poeta.

 

Porque falta probar el efecto de gravedad cero

en ciertas palabras.

Porque nadie ha leído “Muerte sin fin”

a todo pulmón en la noche del espacio.

Porque tengo una hipótesis:

Los sueños gravitan lentamente

como una burbuja de agua en la boca.

Porque si al ingeniero corazón de hierro

la tierra a trescientos mil kilómetros de distancia

le provoca una lágrima pequeña

como una astilla, el poeta es posible

que lo entienda todo de una vez,

la función de los hoyos negros,

la llamada de auxilio de los pulsares,

el corazón roto de una supernova,

la curvatura del espacio y la antimateria.

Porque hace falta llevar un barril de cerveza

y brindar al mutismo de Neptuno,

acariciar con la lengua el brillo del sol

y atraparlo con los dientes como una gragea.

Porque la luna es abundante

en un material precioso y no renovable: silencio.

Por eso la NASA debe enviar

en su próxima expedición a un poeta,

para que todos los demás mortales

que nos quedamos viendo las estrellas

desde nuestra calle, sepamos qué pasa allá

arriba cuando los astronautas

se meten en sus sacos,

después de un día de experimentos importantísimos,

como quien duerme bajo el agua.

Fotografía de Julián Zepeda

Martín Camps es autor de Acercamientos a la narrativa de Luis Arturo Ramos (Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2005), Cruces fronterizos: hacia una narrativa del desierto (UACJ, 2007), La sonrisa afilada: Enrique Serna ante la crítica (UNAM, 2018), Dialogues on the Delta: Approaches to the City of Stockton (Cambridge Scholars Press) y Transpacific Literary and Cultural Connections Latin American Influence in Asia (Con Jie Lu, Palgrave, 2020). Ha publicado más de treinta ensayos académicos en revistas especializadas como Hispanic Journal, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, así como capítulos en varios libros sobre autores como Roberto Bolaño, Oswaldo Reynoso, Gabriel García Márquez y José Revueltas. Es autor también de seis libros de poesía, entre cuyos títulos se encuentran: Extinción de los atardeceres (Ichicult, 2009) y Los días baldíos (Tinta nueva, 2015). También es autor de la novela Horas de oficina (Niram Art, 2014) y de las traducciones de Rainbows at Seven Eleven (Eón, 2016) de Luis Arturo Ramos y Parque Industrial: novela proletaria (Samsara, 2016) de Patrícia Galvão. Actualmente es profesor de la University of the Pacific en Stockton, California, donde también es Director de Estudios Latinoamericanos.

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