Una sala para estar a solas

 

 

Huella

No quise dejar rastros
Cuando parta de aquí habrá semillas de manzana, yerba seca,
cáscaras de nueces, una bicicleta y algunos árboles que planté.
Ellos serán los testigos de que anduve por aquí,
cantando algunas canciones,
paseando con mi perra por el parque, amando,
un poco culposa por no haber hecho más por un mundo mejor,
tratando de no dejar huella.
Pocas fotos. Pocas cartas, objetos.
Viví como si me tuviera que ir con una valija chica a lugar incierto,
yéndome de todos los lugares.
No dejé pesar mi cuerpo, no lo dejé reposar.
No entregué mi peso a la tierra y resbalé.
No hubo tierra hundida, mis pies no dibujaron el piso…
es que quería flotar cerca de la arena
para no interrumpir el flujo de la espuma.
No quería dejar marca….
y terminé dejando una más grande,
la del cuerpo torcido hundido sobre la arena,
justo el rastro que no quería dejar.
No quería que se dieran cuenta de que nací triste
pero con ganas de aprender eso otro que baila
y sacude para todos lados.
Y elegí dejarles lo inmaterial, lo que está en el aire,
el aire mismo, soplado, vibrando,
haciendo volar papeles, cabellos, pañuelos.
Sonidos que sólo están cuando están.
Lo que estaba aquí y ya pasó, lo que atraviesa el cuerpo,
lo que deja huella en la memoria,
no pesa y sólo se hunde en el corazón.

 

Casa

Son filtros.
Me adapto a la lengua que tengo a mano,
esperando que me preste su vestir,
que me deje pronunciar esas consonantes tan blandas,
que no se me endurezca la “j”,
que se mantenga firme y diáfana la “a”, inmaculada la “e”,
en ese medio matemático e hispánico de las capitales fuertes.
(Las capitales siempre son fuertes, aunque sean de países débiles.)

Ruego que mi acento sea local, de alguna capital.
(Insisto, conviene ser de capitales para conseguir trabajo).
El interior los asusta, los aleja de sus referencias,
no lo asimilan y quedan indefensos.

Y podemos provocar ternura con un acento del interior.
Puedo también abrazar algún caballo para que algún folclore

me aloje.

Alguna gente como yo se pasa mucho tiempo en laberintos

de lo mismo,

y en la punta de cada salida hay casas,
pero no tienen ventanas,
ni piso, ni techo, ni nada,
casas que se llaman casa por puro error,
hogares que no están, parajes de errantes.
Porque no hay lugar.

Nos mintieron: lo local nunca es vanguardia,
la aldea sólo se hace universal cuando quien la pinta
se desgarra, deja pedazos de su cuerpo por el camino de lo universal,
y sigue sin casa.

 

 

Silencio

A John Cage

Construyamos una cámara monumental
de paredes mudas para abrazar el vacío,
construyamos una catedral sin eco
con pisos de nieve para acunar el silencio,
construyamos una sala insubstancial
en una velada serena
para atender la caída de la pluma

una sala para estar a solas
y recibir el susurro de nuestros líquidos
sacudiendo el corazón,
bailoteando entre las venas
pujando por llegar
con su suave oscilación,
y atender el rumoreo de las neuronas
vibrando por los orificios,
y acompañar ese bordón que sostiene la vida.

Una sala para estar a solas
y percibir el silencio
que ronronea ♠

Los poemas de esta selección se incluyen en el libro A través (Barnacle, 2024).

Cecilia Arellano. Cantante, compositora y autora argentino-brasileña. Sus obras, búsquedas e influencias están atravesadas por su biografía; natural de Argentina, la dictadura de este país la llevó a Brasil. Estudió Ciencias Sociales en la USP, Brasil. Diplomada en Canto en el Conservatorio Real de la Haya, Holanda. Desarrolló gran parte de su actividad musical a lo largo de 14 años en Suiza y Holanda. Crea espectáculos de artes combinadas. Investiga sobre la palabra escrita y sonora: puentes entre el habla y el canto, la musicalidad de lo oral, la retórica de la música, el cuerpo que viste palabra. Es profesora titular en la Universidad Nacional del Litotal, ISM, coautora del libro La voz popular 2da. edición (2019) y autora de Apego (2022), mención en Dramaturgia del Concurso Municipalidad de Santa Fe.

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