por Jorge Damián Méndez Lozano
Marco Miranda (Hermosillo, Sonora, 1981-) es un artista visual que este 2024 cumple dos décadas de trabajo en Baja California, y, sobre todo, en Mexicali, donde de manera sobresaliente ha construido un peculiar universo visual formado por pinturas, esculturas y murales realizados en espacios públicos como instituciones educativas, bares, restaurantes, hospitales, cafeterías, así como centros deportivos, recreativos y culturales. Pero su obra visual no se circunscribe sólo a la región fronteriza, también ha sido presentada en Bangladesh, Qatar, Portugal, Taiwán, Italia, Japón, Filipinas, Cuba; Los Ángeles, Denver, Long Beach, Chicago y Miami, por mencionar algunos destinos.
Para hablar de su trabajo, nos reunimos en la cervecería artesanal Wendlandt a la que, como ahora, acude en un horario en que los clientes son escasos, el ruido un dócil murmullo y al sol le resta poco tiempo en el horizonte. A punto de hacer mi primera pregunta, luego de dar un trago a una cerveza stout, vino a mi memoria la escena de la última vez que nos miramos. Fue meses atrás, en una fiesta del colectivo de parrilleros con el que se reúne a compartir el hobby de asar cortes; en algún momento de la noche, quedó bajo su responsabilidad el correcto rostizado de un lechón que daba vueltas sobre el fuego y con tal escena recordé La carnicería, del pintor italiano del barroco Anibal Carracci. Al final, el bronceado lechón quedó reducido a huesos.
―¿Cuál fue tu primer acercamiento al arte?
―El dibujo siempre me gustó, a los siete años dibujaba a Batman y una vez dibujé a Leonardo de Las tortugas ninja; llegaron mis primos a mi casa y se quedaron sorprendidos. Me dijeron que lo había dibujado y pintado muy chingón, hasta me preguntaron si lo había calcado y les dije que no, que sólo había estado mirando la tortuga. El contacto más fuerte con el arte fue a mis nueve años, cuando mi mamá dejó de ejercer como dentista y nos mudamos a Puebla porque se tomó un año sabático; aparte, había nacido mi hermano. La cerámica se hizo su hobby; aprendió a hacer moldes con barbotina, pintar, usar el horno, etcétera; pero se metió tanto en la cerámica que un año después, cuando regresamos, abrió la primera tienda de cerámica en Hermosillo; o sea, sí había tiendas, pero que revendían réplicas que hacían en el sur del país; mi mamá hacía todo desde cero y también daba cursos. Un día me preguntó si quería pintar un plato de cerámica; en ese tiempo yo era fan de Los caballeros del Zodiaco y dibujé a Seiya; le gustó mucho lo que hice porque me enfoqué, lo hice tal cual con todos sus colores. El plato lo puso en la recepción y las clientas empezaron a pedir platos con dibujos para sus hijos y empecé a realizar réplicas para que los hijos las pintaran. Fue mi primer trabajo a los diez años y mi primer acercamiento al arte.
Un punto clave para tomarle amor al arte fue que cuando me fui a Puebla perdí a todos mis amigos porque cuando volví me cambiaron de primaria y ya tampoco tenía a mis compañeros de las clases de natación con los que competía, entonces, entré a un salón en donde los compañeros ya tenían cinco años juntos, ya todos se conocían. Un día la maestra nos pidió llevar a alguien que tuviera una profesión extra y pensé que mi mamá era dentista, pero también ceramista. En ese momento estaba de moda Jurassic Park y mi mamá llevó un dinosaurio T-Rex sólo pintado de negro y uno totalmente terminado. A los alumnos les gustó mucho, dijeron que estaba muy chingón y entonces todos me voltearon a ver porque para ellos mi mamá estaba muy cabrona, muy chingona; aparte les enseñó cómo pintar y hacerle escamas y detalles al dinosaurio. Que mi mamá estuviera pesadísima fue mi rescate y eso me protegió y dio la bienvenida al grupo; en ese momento el arte surgió como una defensa. Luego en secundaria, sin darme cuenta, comenzó el trueque con maestros porque se daban cuenta de que me gustaba dibujar y me pedían láminas [escolares]; por ejemplo, me decían que les dibujara a Emiliano Zapata y que solamente firmara, o sea, catafixiaba mi calificación por dibujos, de esa manera empecé a interactuar en el arte con algo físico, real, pero yo lo hacía sin querer, solamente porque me lo pedían. Luego diseñé la camiseta de la generación, el diseño de las candidatas; cosas que tenían que ver con aplicar el dibujo. Mi papá también es dentista y tiene un hermano gemelo que es arquitecto, y creo que por ahí viene la veta artística; creo que soy más afín a mi tío, aparte, mi mamá es muy creativa. El arte no sólo es la habilidad, también es capturar y entender todo para poder traducirlo y hacer una pintura, un dibujo, una imagen.
―Eres egresado de la licenciatura en artes plásticas por la Universidad de Sonora, ¿siempre fue tu meta estudiar artes?
—No, nunca pensé en estudiar eso, ni sabía que existía. Cuando salí de la prepa mis opciones eran irme a Puebla o Monterrey a estudiar diseño gráfico porque para mí era algo productivo, algo que podía darme dinero. Entonces conseguí una beca del 50% para irme a estudiar, porque, aparte, debía pagar hospedaje, comida y otros gastos. En esos días mi mamá me dijo que acababan de abrir una licenciatura en artes… creo que pensaba que si me iba ya no iba a regresar. Recuerdo que me fui a pistear con mi amigos y cuando regresé a la casa, en la noche, revisé el plan de estudios de artes y estaba todo lo que me gustaba, solamente no sabía qué era el grabado y curiosamente terminó siendo mi especialidad. Al otro día fui a la universidad y había una exposición de dibujos de rostros súper chingones, que me llamaron mucho la atención. Una persona de la universidad se me acercó, le dije que estaba buscando información de la licenciatura en artes y le pregunté por qué algunos dibujos tenían puntos rojos a un lado. Contestó que eran trabajos de los alumnos de la primera generación y que los puntos eran porque se habían vendido esas obras; parte del plan de estudios, me dijo, era crear la cultura de la compra-venta y ahí fue la segunda parte del enamoramiento con el arte, fue como si me hubieran dado un besito en el cachete. Hice examen y salí muy bien en la parte práctica y me dijeron que tenía habilidades, pero en la parte teórica no sabía nada, me mostraban imágenes y mi conocimiento era muy precario, no sabía ni cuáles era los girasoles de Van Gogh, pero expliqué que estaba ahí para aprender. Me aceptaron, entramos veinte alumnos y sólo egresamos siete.
―Tu especialidad durante tus estudios fue grabado, pero tu desarrollo profesional ha sido, principalmente, como pintor y muralista, ¿por qué?
―En el segundo año y medio de la licenciatura eliges una especialidad. En realidad, la pintura no me gustaba, la escultura sí, pero no tenía espacio y el grabado, que no lo conocía, era mi tercera opción. Pensé que el grabado sería más complicado conocerlo afuera de la escuela y por eso lo tomé; solamente entramos tres alumnos. En los cinco años de carrera siempre me dieron clases de dibujo y lo agradecí porque es la base de todo, de hecho el grabado me gustó porque veía mucho dibujo, aparte, siempre he estado interesado en la parte económica y me explicaron que, sin demeritar el valor de cada grabado, el precio total se divide entre, por ejemplo, 25 o 50 piezas, por lo que es más económica la pieza, pero en realidad vendo una pieza de 10 o 20 mil pesos, pero dividida en varias piezas de 100 o 200 pesos, cada una original. Comprendí que es más fácil vender una pieza en 100 pesos que en 10 mil pesos.
El primer grabador que nos enseñaron en la licenciatura fue Alberto Durero (Núremberg, Alemania-1471, Núremberg, Alemania, 1528) por su antigüedad y técnica. En la licenciatura tuve de maestro a Mario Moreno (Hermosillo, Sonora, 1946-Hermosillo, Sonora, 2019), él era grabador [ceramista y pintor; egresado de la Escuela Nacional de Pintura y Escultura “La Esmeralda” y del Colegio de San Mateo, California; miembro de la Academia de Artes Plásticas de la Universidad de Sonora] y era increíble, nos enseñó muchos trucos, él nos daba las llaves del taller de grabado y nos quedábamos hasta la una de la mañana trabajando; sí, nos tomábamos unas cervezas, pero siempre produciendo, siempre disfrutando el momento. Grabadores que me gustan son Guadalupe Posadas (Aguascalientes, Aguascalientes, 1852-Ciudad de México, 1913) y Francisco Toledo (Ciudad de México, 1940-Oaxaca de Juárez, Oaxaca, 2019), que fue muy chingón; Rascón fue otro grabador de Oaxaca que conocí y me enseñó mucho. Me quedé con ganas de aprender litografía, pero ya no alcanzamos dentro de la carrera y estudiarlo sólo en Oaxaca, que era la escuela más económica, pero mi vida cambió porque en cuanto terminé la universidad me fui a vivir a Ensenada y dejé el grabado; salí en junio y en julio me fui. Obtuve un promedio alto y la titulación fue automática sin hacer tesis ni nada; mi hermana fue a recoger mi título.
―¿Qué te llevó a mudarte a Ensenada?
―Terminé la carrera y me fui a vivir a Ensenada con mi ex-pareja; un año antes habíamos ido a una boda y nos había gustado y nos fuimos a la aventura. Irme a Ensenada con un ritmo de vida y un flujo de gente totalmente distinto fue otro mundo, algo nuevo; veía barcos todos los días, estaba rodeado de vino, de exposiciones de arte; era impresionante. Hoy en día no diría que se calmó, pero sí se distorsionó el ambiente; antes lo sentía más bohemio y veía más relación entre el vino y el arte. Galería La Esquina de Bodegas fue el primer espacio que conocí, y era impresionante estar entre muros de cemento con cadenas de metal oxidadas de donde colgaban piezas de arte; se me hacía increíble porque es el respeto que merece el arte, pero ya no existe eso, ahora solamente hay cafecitos, espacios de vino y gastronomía; que también se vale, pero siento que se perdió esa parte de la que me había enamorado. Puedo decir que me hice pintor en Ensenada.
―Dices que en Ensenada te hiciste pintor, ¿cómo sucedió esto?
―En Ensenada me hice pintor por necesidad. Cuando mi ex pareja y yo trabajamos en la mueblería de Fausto Polanco [diseñador y empresario mueblero en la zona costa de Baja California] nos dijo que como licenciados en artes no nos tendría en ventas, entonces, nos enseñó sobre diseño de interiores, a seleccionar colores y varias cosas. Fausto Polanco me contrató porque sabía que había algo, pero no sabía cómo lo iba a explotar y a los tres meses explotó. Me convertí en el artista de la mueblería y me pidió que me quitara el nombre de Marco Antonio Pérez Miranda y que sólo me quedara como Marco Miranda y que hiciera una firma; fue una cuestión mercadológica, me explicó que no por nada él era Fausto Polanco, una marca y que lo mismo haría conmigo. La idea era ponerme un estudio a puerta abierta para que me conociera la gente; la neta, así nací. Al inicio fui atención a clientes y recomendaba tal lámpara de tal color para combinarlo con esto o con lo otro; me encanta vender, siempre he dicho que soy vendedor, vender una idea está muy cabrón; también cargué muebles y aprendí carpintería, electricidad, a seleccionar madera. De ese trabajo me fui por un tema de ética y por una cláusula que no estaba en el contrato. Pasó que hice una pintura que se vendió, al mismo tiempo, en Ensenada y Playas de Rosarito. Un día me hablan de la mueblería, me explican la situación y me preguntan qué hacer; les dije que el cuadro sería para el que pagó primero y me dicen que los dos ya depositaron una parte. Me habla por teléfono Fausto y me dice que los dos clientes se llevarían un cuadro. Contesté que no era ético vender dos veces el mismo cuadro y que no haría otro cuadro igual y que renunciaría si me lo pedían. Al final hice otro cuadro similar, pero en el jarrón de uno de los cuadros le puse la palabra: fake. Nunca se me olvidó que un amigo en una pisteada en la playa en San Carlos [Sonora], agarró un cuadro de una habitación del hotel, arrancó la pintura que estaba e hizo una acuarela en chinga y le escribió la palabra fake y la puso de nuevo en la pared. A los años regresamos y estaba el mismo cuadro, la gente ni se dio cuenta, entonces para tener un recordatorio hice lo mismo. No hacer otra pintura igual fue por una cuestión de ética y respeto por la obra. Aunque soy grabador entiendo que el proceso de réplica va en conjunto a una placa que es de donde salen las réplicas que a la vez son originales, pero hacer un cuadro y luego hacer una réplica del cuadro no es ético porque se convierte en algo totalmente comercial y estoy interrumpiendo lo que es el arte real. Nunca hablamos de hacerlo ni de no hacerlo, y fue esa la discusión. A los seis meses renuncié.
―Parecería que el desierto no te deja ir, ¿cómo es que te estableces nuevamente en el desierto, ahora en Mexicali?
―A Mexicali llegué en el 2007. Vine de Ensenada sólo para hacer un mural en un lugar que se llamaba 1900 Restaurant, pero no se realizó porque eran cuatro socios y no se ponían de acuerdo. Entonces metí mis documentos en la Facultad de Artes de la UABC y al otro día me llama el que era director, Sergio Rommel, para decirme que tenía un tiempo completo para mí como museógrafo y profesor. Entré a trabajar y me quedé hasta el 2011 porque me obligaron a agarrar la plaza de tiempo completo, pero yo no quería y entonces tuve un viaje despierto muy chingón, fue un alucinar, no andaba ni pisteado ni había fumado nada, pero vi mi futuro sobre cómo cambiaría mi vida como artista quedándome en la universidad, y todo se puso borroso y al día siguiente renuncié. Acababa de cumplir 30 años y pensé que no podría estar 10 años más trabajando ocho horas diarias y aparte pintar; ahorita que me dedico 100% a pintar no me alcanza el tiempo, de otra forma hubiera sido una locura; siempre me trató muy bien la universidad, pero no era para mí, lamentablemente.
―Pasaste del frío Océano Pacífico de Ensenada a Mexicali, uno de los desiertos más calientes del mundo. ¿Cómo cambia el clima la manera de pintar?
―Con el clima cambia todo y en Mexicali cambió mi manera de pintar. Cuando estudiaba en Hermosillo no me gustaba pintar por su clima seco y caliente que hacía que la pintura secara muy rápido; me desesperaba mucho porque daba una pincelada, me distraía y ya se había puesto tieso el pincel porque no tenía la habilidad de ahora que le pongo un poco de agua al pincel y sigo trabajando. Luego me fui a Ensenada y fue todo lo contrario porque con su clima frío y húmedo pude pintar, jugar y usar otras técnicas porque la pintura seca más lento y, por ejemplo, pude comenzar a trabajar con acrílicos. Luego, cuando llegué a Mexicali, volvió el mismo tema del calor de Hermosillo, entonces, con el conocimiento que ya tenía en Ensenada, ahora aplicado aquí, me hizo hacer una mezcla y comencé a usar otros materiales y a hacer collages y a tener interacción con pinturas que no había usado porque secaban muy rápido y el líquido retardante no me gusta porque opaca mucho la pintura. Al año de estar trabajando en Mexicali conocí los materiales de reciclaje y, por ejemplo, empecé a usar pintura esmalte, que dura más, pero que también es más corrosiva y comencé a usar thiner que crea huecos y quema el material para dejar entrar la pintura para que no se caiga, pero fue un aprendizaje que tuve aquí echando a perder mucho material. Hay un amor-odio con la pintura, trabajo con algo que no me gustaba, pero que se ha convertido en mi forma de vida. Siempre he dicho que estoy casado con el arte, a la pintura nunca la quise y terminé casándome con ella; todo lo que no quería hacer lo hice.
―Dices que el material de reciclaje lo comenzaste a utilizar en Mexicali, y precisamente conocí tu trabajo artístico hace más de diez años, con una pieza hecha con una caminadora de ejercicio que simulaba una ola de mar.
―En Mexicali, como frontera, hay muchas chatarreras y lugares de reciclaje porque hay demasiadas maquiladoras y tienen un tratamiento más profesional. La pieza que dices la hice con otros artistas y era parte de un proyecto de hacer piezas con material reciclado. Uno de los socios de 1900 Restaurante, en donde colaboraba, tenía una recicladora y así me llegó ese tipo de material, lo cual abrió una nueva veta para mí, que es el pintar a la inversa, es decir, pintar como grabador, por ejemplo, en la parte trasera de una pantalla transparente de televisión de plasma reciclada. Cuando pinto a la inversa realmente pinto como si estuviera haciendo una placa de grabado porque estoy pensando al revés, pero ya sé qué va a suceder del otro lado [el que será exhibido]. Uso algunas técnicas que conocí en el grabado, como la técnica del monotipo y uso materiales que me enseñaron a usar como el chapopote y cuestiones que aplicas en el grabado para hacer texturas, yo las aplico en los cuadros de pintura. Un artista que usa mucho material de reciclaje es Jaime Ruiz Otis [Mexicali, Baja California, 1976-], él y yo coincidíamos mucho en esos viajes a las recicladoras. Si nos veíamos nos preguntábamos dónde habíamos conseguido tal o cual material, porque él reconocía los materiales que yo usaba; curiosamente, nos movíamos en recicladoras muy similares.
―¿Qué significa la frontera como tema visual?
―Cuando recién llegué a Baja California vi en la obra de otros artistas el tema de la frontera y me preguntaba por qué tanta insistencia con eso, pero ahora que, por ejemplo, he viajado a otras partes de México y conozco personas que me dicen que conocen Mexicali y Tijuana porque por ahí los han deportado, comprendo la importancia de las temáticas; digamos que la frontera no es un conflicto en mi obra. Al inicio tuve un choque con el tema de la frontera porque siempre pensaba que, si querías ganar una bienal de arte, debías tocar el tema de la frontera, siempre tuve ese inconveniente, pero es lo que los curadores que vienen del centro o sur del país quieren ver, y para mí era el tema-solución para ganar una bienal. Pero como siempre he sido de retos me preguntaba cómo hacerle para quedar en una bienal sin tocar ese tema que, para mí, era algo que veía todos los días, por lo tanto, quería presentar y ofrecer algo distinto a la gente de aquí, no a los jueces. Y fue cuando empecé a capturar el desierto; de hecho, mucha de mi obra ha sido con el tema ambiental, de eso me di cuenta en un viaje a Cuba. Un crítico cubano que haría una reseña de mi obra me pidió cuatro piezas y escribió que se notaban mis raíces mexicanas con una influencia asiática, esto porque me influenció la artista japonesa Chiyomi Taneike Longo; me gusta mucho el acabado que hace, la parte estética. También me dijo que tengo influencia del maestro Felguérez y que, en resumen, mi obra, no es regionalista sino más universal y por lo tanto podía participar en cualquier ámbito: Asia , Alemania, etcétera.
―¿Qué significa en términos pictóricos, paisajísticos e históricos el desierto en el que ahora vives?
―En algún momento me di cuenta de la conexión que tengo con el desierto de Mexicali al que le adquirí un chingo de respeto cuando subí varios cerros, pero sobre todo cuando invité a artistas foráneos a conocerlo. En una ocasión dos artistas: un egipcio y un italiano, que hacían una estancia en Los Ángeles, fueron a Ensenada a exponer y, aprovechando, los invité con ayuda del IIC-Museo [Instituto de Investigaciones Culturales-Museo, de la Universidad Autónoma de Baja California] a que vinieran a realizar una revisión de carpetas de trabajo de su obra y a dar dos conferencias. Cuando pasamos por La Rumorosa [nombre de la formación rocosa natural situada entre Mexicali y Tecate, así como de la localidad del mismo nombre] vi en sus caras la sorpresa, sobre todo, el artista de Egipto me dijo que era increíble, que no era cualquier cosa el paisaje de La Rumorosa junto con la Laguna Salada y el Cerro del Centinela; y más fue su sorpresa cuando les platiqué lo que significaban y cómo lo utilizaban los antepasados; al final, yo era como un guía de turistas y para eso tuve que investigar. Cada proyecto te hace buscar información y sin querer te haces una especie de historiador por cada proyecto, por ejemplo, con un proyecto de Caffenio [empresa cafetera del norte de México] que hice en San Luís Río Colorado, me hizo tener una conexión muy interesante y saber qué tan importantes eran los Cupapá en el cruce de San Luís hacia Mexicali por el Río Colorado. Ellos fueron unos custodios muy cabrones y no solamente con México, sino también con Estados Unidos, ellos eran los encargados de cruzarlos en las balsas y ellos decían quién pasaba y quién no, ¿qué negocios tienes en mis tierras? También con el proyecto de la Chinesca supe de la cacería que hubo contra los chinos; son como muchas historias que se van conectando; los proyectos me han hecho entender el valor de la tierra y el valor geográfico que existe. Yo siempre he dicho que Mexicali tiene tres fronteras: Sonora, Arizona y California; a cualquiera de ellos te puedes ir muy rápido. Cuando he estado en Los Ángeles así se los explico; me preguntan de dónde vengo y digo que de Mexicali, y no lo ubican, les digo que es frontera con Caléxico y menos entienden porque preguntan qué es Caléxico; al principio, me molestaba y les decía que aquí es la capital y que estamos a dos horas de Tijuana y ahí es cuando: “¡Oh, Tijuana, sí lo conozco, el burro cebra!» Siempre dije que mi meta sería poner en alto qué tan importante es Mexicali; me interesa realzar lo que tiene y el mural siempre ha sido el mejor promotor de todo porque es el arte más público.
―Actualmente, ¿cuál es tu relación con la escena hermosillense en las artes plásticas?
―En la escena de la pintura sonorense yo no figuro. De los veinte que ingresamos a la licenciatura en Hermosillo egresamos siete y hoy ejercemos cinco. Un amigo de la generación se fue a vivir a Querétaro y perdí mi contacto con la escena artística de Sonora; allá he vendido obra, pero muy poco, han sido contadas las piezas, más que nada he vendido con amistades, por ejemplo, el papá de un amigo que vio mi arte y pues, órale, le vendo algo, pero nunca he hecho exposiciones allá, solamente, hace dos años, participé en una exposición de egresados. Después quise tener un acercamiento con la gente de MUSAS [Museo de Sonora] en Hermosillo para poder exponer, pero se me hizo muy tonta su reacción. Mi hermana les llevó mi currículo, pero le dijeron que yo no era un artista sonorense sino de Baja California y para exponer debía llevar una carta del gobierno de Baja California para poder presentarme; fue la respuesta más sin sentido que me pudieron dar, obviamente no eran personas calificadas las que me estaban recibiendo; todo era muy ilógico y dejé de insistir. Para mí, marca mucho mi obra el que haya empezado a pintar en Baja California y creo que toda la ideología y filosofía que tiene mi obra la adquirí aquí, de corazón digo que me siento como mexicalense porque aquí he podido tener mi vida como artista.
―¿Cómo definirías tu obra pictórica?
―Nunca me he puesto a pensar en una definición, pero siempre busco que mi obra transmita, aunque es difícil porque es una obra abstracta, pero procuro que el público se identifique con la composición, el color, la temática. Expresionismo abstracto es el término, que es una forma de expresión un poco más burda, de temática más libre y sentimental. El realismo me gusta, pero durante la carrera siempre busqué la perfección, el realismo, el poder hacer todo lo que me imaginara, pero cuando lo logras te preguntas sobre qué más sigue y fue cuando descubrí que el abstracto, que es muy impactante; atraer la atención con algo que no tiene forma es el reto más grande. Regularmente, se empatiza más con el figurativo porque es más entendible, llama mucho la atención y hay proyectos que lo ameritan, pero jugar con algo que conecta con alguien…, es un azar, pero curiosamente cuando comencé a hacer murales quise demostrar que sé dibujar y que no lo hago no porque no pueda, sino porque es más difícil distorsionar una realidad, sin embargo, fue algo que comenzó a atraer, pero está interesante porque lo que me gusta es no definirme y poder moverme en cualquier ámbito, a eso no le tengo miedo. Es muy interesante cuando defines o visualizas algo abstracto. Mil veces me siento más cómodo en la abstracción porque es un gran reto llegar a ese punto y sé que muchos no pueden; algunos creen que solamente es hacer manchas, pero es algo más. Admiro mucho a los minimalistas porque yo soy todo lo contrario, pero esa es mi esencia: más textura, más color.
―¿Quiénes son tus influencias artísticas?
―De mis influencias de Baja California, el maestro Álvaro Blancarte (Culiacán, Sinaloa, 1934-Tecate, Baja California, 2021), siempre fue un locura lo que hacía, pero mi principal fuente siempre ha sido Manuel Felguérez (Valparaíso, Zacatecas 1920-Ciudad de México, 2022), es alguien a quien siempre he admirado y en mi obra se ve mucha influencia de él. Otra influencia para mí fue la maestra japonesa Chiyomi Taneike Longo (nacida en Japón, emigró a Estados Unidos en los años 50. Estudió en Illinois, Hawaii y en el Instituto de Artes de San Francisco; actualmente vive en Santa Rosa, California), que tuve la oportunidad de convivir con ella y tuve esa atracción por ese tipo de abstracción que ella hace y fue un tema que hizo que me conectara con ella solamente platicando. Otro que no es abstracto, pero me gusta, es el maestro Rafael Cauduro (Ciudad de México, 1950-Ciudad de México, 2022), me encantan sus texturas, los colores, el uso del óxido y su hiperrealismo. También me gusta el pintor Roberto Cortázar (Ciudad de México, 1962-), porque la figura humana me fascina. Son varias vertientes en mi trabajo, nunca me he enfocado a una sola, siempre he intentado aprender de todos, siempre hay algo que me alienta, que me alimenta y no solamente lo visual, eso es lo más importante.
―Has realizado cuatro proyectos, en particular, que en mi opinión, por su complejidad, textura y dimensiones, te han valido el reconocimiento público: Evolución (2017), Íconos (2019), Callejón Chinesca (2020) y Unión es Mexicali (2021).
―Evolución en el IIC [Instituto de Investigaciones Culturales-Museo, de la Universidad Autónoma de Baja California], fue el primero que hizo voltear a todos; en ese presenté algo figurativo, y ahí supieron que sí sabía dibujar, porque siempre hacía abstracto. Luego vino el mural en Cervecería Ícono [que retrata elementos como el sol, el Cerro del Centinela y la etnia Cucapá], pero, para mí, el proyecto más grande ha sido en la Chinesca [Barrio Mágico La Chinesca, en Mexicali, que alberga la comunidad china más numerosa de México]. En la Chinesca hice de todo, desde el diseño de la puerta del Callejón Chinesca, hasta decir por qué era importante cerrarlo en cierto horario; no ponerle asfalto, pero sí adoquín para que no metieran carros y funcionó al final; la selección de los artistas para los murales sí lo vi junto con Ismael Castro. La idea era tener un discurso museográfico para que funcionara en un futuro. Al principio, solamente querían que coordinara murales y ya habían intentado hacer murales, pero no había funcionado porque no había un concepto, solamente había la idea de darle pintura a los artistas y decirles que hicieran algo, pero que fuera algo chino. Lo que hice fue integrar mis viajes y experiencias, por ejemplo, en Lisboa, Portugal, fui a LX Factory, que antes era una refinería de azúcar y lo transformaron en un espacio similar a lo que ahora es el barrio chino, porque se trata de recuperación de espacios. En Portugal, que he estados dos veces, es el país número uno al que me iría a vivir; es muy cultural, la gente es muy buena onda y la comida es excelente; me tocó exponer en Lisboa y Oporto y en una bienal en Cerveira, frontera con España, en donde el muro es un puente en un río, me encanta ese concepto. En Portugal es muy importante el arte del mosaico.
También me basé en un viaje a Beijín, China, a la Zona Artística 798, un barrio con pasado industrial, allá sí tienen protegido el espacio con un horario, por eso dije que para tener un control debe haber un horario y un control contra el vandalismo, un control para que respetan el espacio porque si lo tienes abierto toda la noche, a las dos o tres de la mañana, nomás de broma, van a rayar los murales o van a dibujar unos bigotes o lo que sea. La idea es que la gente respete el espacio y hasta ahora ha funcionado. Los artistas que pintaron el mural y en ese orden están: el Betones [Star 27], Jasefrank Mariñez, Mónica Gasca, Edith Torres, Joss Alejandro, Fernando Corona, Alan del Pino, Carlos Hilos, Daniel Soria, Pablo Castañeda, Rod Villa, Eustolio H. Pardo, Gloria Muriel y yo.
Unión es Mexicali es otro mural realizado en el Palenque del Fex durante la pandemia, ahí también fui coordinador y pinté con los artistas Pablo Castañeda y Jorge «Boms» Castro [mural en donde se representan a ciudadanos ejemplares de la comunidad mexicalense, los cuales están inspirados en fotografías del fotoperiodista mexicalense Víctor Medina Gorozave]. Muchas veces me hablan para coordinar, a veces soy como un contratista; yo me encargo del arte, conceptualizo, hago los ajustes y entrego factura. En este momento sí me gusta la manera en la que estoy trabajando, pero han sido varios proyectos muy consecutivos y quiero tomar un descanso porque, aparte, ya se me está encasillando y no se trata de replicar la misma fórmula siempre porque no funciona, los tiempos van cambiando y las fórmulas cambian y no se trata de siempre hacer murales.
―En el segundo piso del restaurante Cinco Tribus realizaste un mural en 360⁰, uno de los más grandes que he visto en interiores en Baja California, ¿cómo surge este proyecto?
―Ese mural lo hice en colaboración con Eustolio H. Pardo, él tiene mucho conocimiento sobre la historia, la cosmología y la mitología de los Cucapá. Este mural trata de la historia de la serpiente Maija Awi [Serpiente del Agua, llamada así por los pobladores indígenas kumiai que habitaban el suroeste de Estados Unidos y el noroeste de México], que es una serpiente colorada que representa al río Colorado y eso da mucho sentido porque rodea las cinco tribus de la región; en antropología se sabe que las tribus siempre están en áreas en donde hay agua y comida y esa serpiente representa el conocimiento. La historia en la que está basada es que cuando las tribus se enteran de la presencia de la serpiente la quieren cazar, pero al momento de cazarla explota y al explotar esparce brasas, que nosotros la representamos con agua para poder explicar mejor la historia, entonces las brasas hacen que las personas se vuelvan reales porque les da el don del habla al darles un poco de su conocimiento, esa es la parte evolutiva que provoca el conocimiento de la serpiente, pero también lo que quiere decir es que las tribus pudieron crecer en pesca y agricultura por la gran cantidad de agua que hay a pesar de que es el desierto. Al final quedó un trabajo muy impactante. Otro artista que participó fue Khimo Hābrika, quien hizo un mosaico en el exterior del restaurante y en la escalera que lleva al segundo piso.
―Tu faceta como escultor es menos conocida públicamente y pienso en Impulso (2019), tu escultura que puede ser vista si llegas a la ciudad por la carretera a San Felipe o la carretera a San Luis Río Colorado, ¿cuál es su significado?
―Esta escultura nació con la idea de darle un homenaje al trabajador industrial. Inicialmente, la escultura estaría en una nave industrial en la zona de Islas Agrarias. Para conocer el contexto me entrevisté con algunos trabajadores y me dijeron que la empresa les regalaba los sobrantes de las rejas de metal y de las herramientas que fabricaban, el llamado scrap [chatarra], para que hicieran rejas para sus casas; si te fijas, en algunas colonias las casa tienen rejas hechas con scrap de metal, por eso trabajé con eso, para que el trabajador supiera de qué está hecho y se identificara; se sorprendían cuando se daban cuenta de qué está hecha la escultura. Duramos un año y medio de trabajo soldadura, una empresa nos ayudó a hacer las cuatro columnas que la sostienen y cada una significa un elemento [agua, tierra, aire y fuego]. La escultura, que es un préstamo de la iniciativa privada, al final se instaló donde inicia el corredor industrial Palaco [bulevar Benito Juárez y calzada Gustavo Vildosola] como una forma de darle identidad a esta zona.
―Has viajado por distintos países exponiendo tu trabajo, llama mi atención tu participación en Asian Art Biennale Bangladesh, en 2018.
―Los viajes que he realizado son gracias a la pintura, más que a los murales y cada uno me ha servido de crecimiento personal, de ubicación artística y me han enseñado a tomar decisiones. El viaje que hice a Bangladesh, por ejemplo, fue por una convocatoria de una bienal que vi en internet y que participé, así llegué allá. Estando allá hubo una mesa redonda en donde participamos artistas como de 30 países y los moderadores hicieron preguntas sobre quiénes éramos profesores universitarios y el 50% levantó la mano, quiénes contábamos con alguna beca y como el 30%, quiénes habíamos participado en proyectos públicos y como el 40%; pero cuando preguntaron quiénes vivíamos 100% del arte, sin ningún extra de trabajo, fui el único que levantó la mano, y me sorprendió mucho, entonces me dieron el micrófono y me pasaron al frente para que ¡en dos minutos hablara de mi vida! Tuve que hablar en inglés y no es como que tenga un pinche inglés muy fluido, pero la adrenalina me ayudó, es lo mismo que me pasa cuando pinto en vivo, no sé qué chingados voy a hacer, pero una vez que empiezo todo fluye. Expliqué que había dos factores muy importantes que me habían ayudado a poder vivir 100% del arte. Primero, el haber crecido al mismo tiempo que un restaurante en el cual yo les otorgaba un show, una propuesta nueva para ellos, antes de la existencia de las redes sociales, pero al mismo tiempo ellos me crearon una red social en la cual conocí a políticos, empresarios, etcétera, que me conectaron con todos alrededor y que ahora son mis clientes. Y segundo, cuando tomé la decisión de vivir 100% del arte fue parecido a cuando de niño era nadador. Siempre tenía miedo de brincar a la fosa de 10 metros de profundidad, aunque sabía nadar, patalear y llegar a la orilla, pero me daba miedo hundirme, pero si no saltaba no iba a superar ese miedo, y eso es lo que representa vivir 100% del arte, debía vencer ese miedo para poder llegar al punto de vivir solamente del arte, y ha sido un proceso pesado, pero lo logré. Bangladesh me gustó mucho pero tiene bastantes restricciones, por ejemplo, el alcohol estaba prohibido y sólo se vende en bares a 13 dólares una lata, aparte, no me dejaban pasear solo, yo quería subirme a una moto taxi en forma de carrito para sentir la adrenalina de ir en chinga en una motito que apenas cabes, pero no me dejaron por ser extranjero, ya que si me pasaba algo era responsabilidad de ellos. También estuve en Filipinas, y es otro pedo, es más desmadre; fueron colonizados por los españoles y tenemos cosas similares. En Taiwán fui a una exposición, pero no tuve experiencias. Una de mis grandes decepciones fue Francia, me gusta más Bangladesh, es más misterioso.
―En el 2015 ganaste el primer lugar en la exhibición International Mini Art 2, en Doha, Qatar. Platícame de esa experiencia ganadora.
―En Qatar fue un premio sorpresa, no fui, pero gané, aunque no sabía que era un concurso por un error de comunicación. Marisa Caichiolo [artista y curadora; fundadora de Building Bridges International Art Foundation, con sede en Santa Mónica, California] me invitó a exponer y me dio una semana para entregar las piezas, pero el envío a Santa Mónica me costaba lo mismo que llevarlas y me fui en carro a entregarlas desde Mexicali. Llegué con Marisa y me mostró algunas obras de otros artistas que ya habían entregado sus piezas y vi que eran muy pequeñas: treinta por treinta centímetros y mis piezas estaban en pulgadas; siempre hablábamos de las medidas de los cuadros en pulgadas y me quedé con esa idea. Era un sábado y me regresé al otro día. Ya tenía unas piezas hechas y en cuanto volví a Mexicali las empaqué y el lunes temprano crucé a Caléxico y las envié porque el martes salía el barco de Los Ángeles a Qatar; era más económico enviarlas en barco. Tres semanas después, había ido a exponer a Anaheim [California] y recuerdo que estaba en el cuarto del hotel tomando una cerveza Newcastle mientras estaba en la computadora y me habla Marisa para decirme que de Qatar estaban buscando a una mujer artista de nombre Miranda porque había ganado. La confusión era que ellos leen al revés y pensaban que mi apellido era mi nombre. Gané el primer lugar con mis obras que eran abstractas; concursé con 80 países, gané dinero y me regresaron las obras que después volvieron en barco; no las vendo, son mi trofeo. Lo chingón fue que por un error mandé algo inmediato que ya tenía en mi taller y funcionó, algo abstracto que no estaba hecho específicamente para eso al final conectó, aparte no me dijeron que era un concurso, yo pensaba que sólo era una exposición.
―Años antes, en Milán, Italia, participaste en el 52 Premio Internacional, 2012, Bice Bugatti-Giovanni Segantini, ¿cómo es que te invitan a participar?
―Ese premio en Italia me hizo tener más confianza en mí. Ahí me invitó también Marisa Canchiola de la galería de Santa Mónica, ya que hicieron un convenio con la asociación Bice Bugatti-Giovani Segantini. Estuve a punto de no ir porque había pedido ayuda al gobierno con seis meses de anticipación y un mes antes me dicen que se acabaron los recursos; fue la primera y última vez que pedí apoyo. En esos días me invita el gobierno de Mexicali a pintar en vivo en un evento del 16 de septiembre y el viaje era en octubre. Ese día del evento en vivo se casaba en Ensenada el hermano de mi ex-pareja, pero tenía la premonición de que debía quedarme en Mexicali para conseguir el dinero del vuelo a Italia. En el evento saludé al entonces presidente municipal de Mexicali, Panchito [Francisco Pérez Tejada] y le conté que me habían prometido apoyo y al final nada y le dije que si al inicio el boleto de avión costaba 750 dólares ahora costaba 1500 dólares. Total que Panchito me apoyó con el boleto de avión y me compró el cuadro que estaba pintando para que llevara viáticos a Italia. Si me hubiera ido a la boda no consigo el dinero y no hubiera ido a Italia. La historia del premio es que Bice Bugatti fue esposa de Giovanni Segantini [Arco, Italia-1858, Pontresina, Suiza, 1899], quien fue un pintor creador del divisionismo, una técnica pictórica que es una variación del puntillismo. Su esposa era familia de los de la marca de autos Bugatti. Segantini muere joven y, años después, se crea un premio internacional de pintura. Yo participé en la edición número 53. La galería de Canchiola invitó a Francisco Romero de Guanajuato y a Jorge Sarsale de Argentina (Buenos Aires, Argentina, 1952-). Francisco y yo pudimos ir a Milán, Italia, y estuvimos en una pequeña residencia en donde me tocó hacer dos cuadros en una escuela en Villa Recua y el último día se hizo una selección y presentación de la obra. Pero hasta estar allá me enteré que estábamos dentro de un concurso, no sé si fue una estrategia de no decirnos para que fuéramos totalmente nosotros, más neutrales, pero fue una buena estrategia. Era mi primera vez en Europa y todo lo que uno hace es ver, admirar, turistear. Gané medalla de plata, que es el segundo lugar, y aparte me dieron un premio monetario de 1800 euros. Me entrevistaron en italiano, con traductor, y me dijeron que les había gustado mucho mi trabajo porque era algo nuevo, ya que había pintado en pantallas de televisión recicladas.
―Para que quede en el anecdotario: cuenta la leyenda que en 2012, el entonces presidente de México te compró una pintura durante un evento en el Valle de Guadalupe, ¿es cierto eso?
―[Risas] No fue exactamente así. En la última visita que hizo a Baja California, el entonces presidente Felipe Calderón, se aprovechó para que inaugurara el Museo de la Vid y el Vino. Días antes me habían hablado de gobierno del Estado para decirme que querían regalarle una obra mía que estaba exponiéndose en el museo del vino, pero con el museo había firmado un contrato y estaba en préstamo. Cuando me dicen que quieren el cuadro les digo que lo puedo entregar en tres meses, cuando se acabara el préstamo, pero me dicen que no, que lo ocupan ya, para poder regalarlo. Al final acepté hacer otro cuadro, pero solamente me dieron dos días en los que no dormí, si acaso una hora para recuperar energía, pero ha sido uno de mis mejores cuadros, y por la premura me pagaron el doble; solamente, me dijeron que la temática se relacionara con el Valle de Guadalupe, el vino y el mar. Después dormí dos días completos. Me gustó que me hayan considerado, fue gratificante como artista y fue un reto. ♠
Fotografías proporcionadas por Marco Miranda
Jorge Damián Méndez Lozano nació en Mexicali. Siente una profunda emoción por la noche, los excesos y la comida china consumida de madrugada en alguna fonda oriental de la capital bajacaliforniana, en donde, mientras mastica, escucha sin entender absolutamente nada el mandarín o cantonés en que se comunica el personal de la cocina. Ha colaborado en las revistas internacionales Vice, Munchies y Creators. Textos suyo han sido publicados en las revistas: Generación, Crónica Sonora, Animal Gourmet, Infobae, The Clinic, Vanguardia, UABC Radio, Erizo, Sin Embargo, Neotraba, Publímetro, Excélsior, Diez4, Semanario Contraseña, Debate, Periódico Central, W Radio, El Mexicano y Siete Días. Ha laborado como docente en la Universidad del Valle de México, en el área de humanidades.