por Jorge Damián Méndez Lozano
Miranda Varo (Mexicali, Baja California, 1997) es una artista visual cuyo estudio está frente al muro fronterizo que divide a Mexicali de Caléxico, California. Junto al muro ha encontrado zapatos enterrados, jeringas, botellas de licor y monos de peluche. Una vez encontró un pedazo de alambre de púas que había caído desde lo alto y con él armó un cuchillo. Luego grabó un video con su celular y lo subió a IG. En la grabación la vemos abrir un paquete de plástico del que extrae un filete de carne que corta por la mitad con el cuchillo de púas, mientras pronuncia un discurso que comienza así: «Una herida abierta de 3500 kilómetros divide un pueblo, una cultura; recorre la longitud de mi cuerpo».
El muro fronterizo es paralelo a la avenida Colón, última calle de la ciudad en el límite norte, que funciona en un sólo sentido: de este a oeste hasta desembocar en la Garita Centro: puerto de acceso a Estados Unidos. Algunos segmentos del muro están construidos con planchas metálicas utilizadas como pistas de despegue y aterrizaje de aviones militares en la guerra del Golfo Pérsico. Un día Miranda Varo caminaba junto a la fortificación y halló pedazos de ropa tirada y con ella confeccionó una bandera de Estados Unidos. Posteriormente, con dicha pieza, recibió mención honorífica en la Bienal Plástica de Baja California, en la edición 2021.
Miranda Varo durante su adolescencia y juventud fue medallista nacional en la prueba de lanzamiento de martillo. El próximo 7 de noviembre (2024) presentará en Galería Tres Ojos su exposición: A los 18 fui campeona nacional, a los 27 hice esta Expo, en donde abordará temas como el deporte, la masculinidad, los estereotipos de género y cómo se ligan a la idea del éxito. Su obra forma parte del libro Archivo vivo. Primer mapeo de mujeres artistas en Baja California (Fondo Editorial La Rumorosa, 2021), coordinado por Martha Patricia Medellín Martínez, Olga Margarita Dávila García y Daril Fortis. Junto al grupo Las Calafias, participó en la pinta colectiva Morras y muras [compuesta por 31 murales], en las instalaciones del Colegio de Bachilleres de Baja California, Plantel Mexicali (2024). Ha presentado las exposiciones: Bienvenidos a mi mundo de vagancia, en Galería La Petanca (Ensenada, 2024); Nací entre los matorrales, en Casa Amalgama (Guadalajara, 2024); muestra de arte en la tienda de ropa Montserrat Messeguer, dentro de las actividades de la Semana del Arte (CDMX, 2024); Fijaciones con chicle y masking tape, en Vestíbulo del Teatro Universidad Autónoma de Baja California (Mexicali, 2023); Cosechas lo que siembras, en Centro Estatal de las Artes (Mexicali, 2022); exposición colectiva Los de Abajo, en el Museo de Arte de Zapopan (2023) y Vestigios fronterizos, en Planta Libre Espacio Experimental (Mexicali, 2021); entre otras.
Para entrevistar a la artista conduzco hasta su estudio ubicado en una esquina de la avenida Colón. Me detengo unos minutos en la banqueta para mirar hacia el otro lado, en donde una camioneta de la Patrulla Fronteriza avanza lentamente arrastrando cinco neumáticos con el objetivo de aplanar la tierra y hacer visibles las huellas de los migrantes que por ahí cruzan. Al ruido de arrastre solamente se le suma el de los autos transitando a toda velocidad. La franja fronteriza es un espacio solitario y silencioso.
―Estamos en tu estudio ubicado en el límite de una ciudad y a unos metros del inicio de otro país. ¿Cómo es vivir frente a un muro fronterizo?
―Me gusta tener mi estudio frente del muro fronterizo; salgo, lo miro y me hace recordar el espacio que habito. Unas cuatro veces al año salgo a otras ciudades a proyectos a los que me invitan y, por ejemplo, mis compas de Guadalajara me preguntan qué hago en Mexicali y me dicen que mejor me vaya para allá en donde está la zona del arte, pero la verdad no me imagino produciendo en otro lugar; sí voy a otras ciudades y me quedo unos meses, sin problemas, pero me pregunto cómo cambiaría mi percepción de lo que hago; la neta lo que hago es hablar de aquí, de mi familia, de mis compas. Probablemente me vaya en algún momento, por metiche o lo que sea, pero pienso que sería raro vivir fuera de este espacio [fronterizo] ¿Cómo voy a hablar de la frontera si ya no estoy aquí? Claro que se puede porque tienes experiencias, pero cambia tu visión.
―¿Surgieron en tu infancia tus primeras inquietudes artísticas?
―Sí, desde morrilla. Me gusta mucho leer y mi papá tenía este trip de pagarnos a mis hermanos y a mí por cada hoja leída; nos pagaba un peso por cada hoja y obviamente empecé con libros que tenían dibujos. Dibujaba caricaturas y como también teníamos libros de artistas, me acuerdo que una vez copié un Picasso. Tenía ese intento de primero copiar y después dibujaba personajes que me gustaban como el Piolín. Como a los siete años me gustaba mucho dibujar en la primaria Montessori en donde estudiaba, era de las que dibuja en las cartulinas. Ahí la clase de pintura era la chila y mi maestro era Fernando Méndez Corona [artista visual bajacaliforniano] y creía que era la mera onda. Cuando tuve 14 años empecé a mirar el trip de la calle y de los murales; porque en Mexicali hay un chingo de raza que hace murales e inconscientemente me di cuenta de que eso me encantaba.
―¿Cómo se relaciona tu historia familiar y tu obra?
―Primeramente soy del norte. Mi familia materna vive en el Valle de Mexicali; mi abuela llegó de Zacatecas y mi abuelo sí es de Mexicali. De parte de mi papá la familia vive en San Luís Río Colorado, pero mis abuelos llegaron de Sinaloa. Mis familiares son como el típico ranchero que trabajaba en el campo y hace carne asada los fines de semana. En el norte se cumplen un montón de estereotipos de género: los batos hacen la carne asada y dan el alimento, mientras las morras hacen las salsas como si hubieran estado recogiendo bayas; irónicamente sí se cumplen los estereotipos. También en el deporte hay muchos estereotipos de género, son cosas que han estado desde que era niña y que constantemente hacían que me preguntara por el género sin saber exactamente qué era; obviamente ya de grande, al comenzar a leer libros de género y de teoría, todo hizo click en mi cabeza y encontró sentido. Creo que al final mi producción artística tiene que ver con el género, son como yo respondiéndome esas preguntas que tenía y entendiendo cómo funcionan y a la vez creando otras realidades.
―Leí que a tu obra la definieron como «Punk rock de crayola». A ti ¿cómo te gusta definirla?
―Sí, el poeta Antonio León (Ensenada, Baja California, 1977) me escribió un texto y definió mi obra como Punk rock de crayola. Me gusta mucho esa definición porque es divertida y tiene mucho sentido porque habla de algo irónico, juguetón y remite mucho a la infancia, pero de la mano de contextos actuales y pasados, pero que tienen que ver con temas sociopolíticos. Si tuviera que encasillar mi obra, mis intereses tienen que ver con el género, con el feminismo. Lo fronterizo también es un interés importante, se nota en mi producción y tiene más sentido cuando la gente sabe que vivo en la frontera; creo que explota la tacha la idea de saber en qué lugar geográfico estás para que el público pueda contextualizar tu obra.
―En tu obra hay elementos constantes como el humor, la irreverencia, la burla ácida; ¿por qué decides utilizar este tipo de lenguaje?
―Mucha de mi obra tiene que ver con el humor, con la ironía, con llevar situaciones al absurdo; por ejemplo, si estamos hablando de estereotipos y alguien dice que la mujer no debe tener pelos en algunas partes, yo pinto un cuerpo femenino con tres metros de pelo [púbico, axilar]. Se trata de llevar las cosas a lo irónico, porque sólo así nos damos cuenta de lo ridículo que a veces somos al exigir o prohibir cosas que deberían ser normales. Siempre en el arte pensamos que debemos ser súper serios. Si queremos hablar de algo social lo queremos hacer de una manera súper seria y dolorosa, pero yo no estoy acostumbrada a ser así, yo soy una persona que le gusta expresarse muy libremente. Me vale madres, soy una persona muy cómica y es el lenguaje que me gusta utilizar y sé usar. La risa es una forma de entrar en la cabeza de la gente, a veces nos acordamos más de algo que nos dio risa que de algo que nos hizo sentir mal o nos dio asco. Lo cómico es un lenguaje que no estamos acostumbrados a ver en un museo porque pensamos que ahí sólo debe haber cosas serias, pero lo cómico es un tipo de lenguaje que consumimos siempre, a todos nos gusta reírnos, ver una película de comedia, escuchar un podcast cagado [gracioso], pero cuando hablamos de arte pictórico no estamos acostumbrado a consumirlo como algo cómico. Por el tipo de persona que soy no me imagino haciendo cosas súper estructuradas que hablen solamente de investigación [teórica], que sí me gusta mucho esa parte, pero no es lo que soy y creo que hay otras formas desde las que puedo aportar pictóricamente y que también funcionan.
―¿Qué crees que debe reflejar el arte?
―Creo que el arte tiene que ser un reflejo del tiempo, más que de la persona que lo está viviendo. Al final el arte sí sirve como elemento histórico porque está registrando cosas desde una perspectiva que no puede registrar el video o la fotografía, ni siquiera una entrevista grabada. Hay visiones y formas que se pueden establecer a través de objetos y dibujos. Aunque hablemos de cosas que están jodidas y de las que no queremos hablar, al final el arte te hace escapar de tu realidad, ver otra realidad y ver la realidad de otra persona. No siempre los escapes son buenos, pero vaya, pueden ser una ventana.
―¿Qué historias buscas contar con tu obra?
―Ahorita ya lo proceso porque ya tengo tiempo haciéndolo y creo que uno siempre está hablando y contando su realidad; uno siempre está hablando de uno mismo en su obra. La neta lo que hago es hablar de mi cotidianidad, tal vez con diferentes sujetos y objetos, pero siempre de la cotidianidad porque es lo que mejor conozco y es importante para mí. Cuando lo pienso y hago el hilo me doy cuenta de que pinto cosas o escenas que están relacionadas con mi niñez o pinto cosas tan sencillas como algo que vi, minutos atrás, en el muro fronterizo.
―Los colores de tu obra son vibrantes, luminosos, parecen tamizados por un arcoíris y me hacen recordar la caricatura Ositos Cariñositos, aunque las escenas de tu pintura no son en ningún sentido infantiles.
―Al principio se daba de manera natural, eran colores que me gustaban visualmente; luego tuve esa nostalgia noventera. Pienso que mi obra grita: Lisa Frank [marca de útiles escolares con diseños coloridos], de chiquita me encantaban sus portadas de arcoíris extremos retacados de color. Me gusta hablar de cosas que pueden ser fuertes, a simple vista, pero que a través del color se pueden resignificar; dos batos desnudos besándose y pintados en color piel lo descifras a la primera, pero cuando utilizas colores que no son los normales que veríamos en personas nos cuesta leer la imagen; siento que eso pasa mucho con mi obra, la gente la ve y como está muy colorida me dicen que qué bonito, pero cuando ven con atención la imagen se quedan de que: «Ay qué padre, está muy bonito, pero mejor ya lo vamos a guardar»; eso está también está padre [la censura]. Me gusta mucho utilizar los colores de los atardeceres de Mexicali: rosita, azulito, morado, amarillo.
―Como objeto y concepto, ¿qué significa la frontera para ti?
―Cuando me fui a vivir a Monterrey pensé que tenía que hablar de la frontera porque sentía que la frontera era Mexicali. Luego regresé y me pregunté: ¿qué tiene de importante para mí la frontera?, ¿cómo me ha afectado a mí y a mi familia? La frontera me recuerda a la otredad y cómo se traspasa a, por ejemplo, cuando voy a otro lugar y me escuchan hablar con otro acento y la otredad en el plan de que nosotros somos ellos y ellos nosotros. La frontera nos recuerda que no somos queridos ni bienvenidos y eso siempre se refleja en lo que hacemos como cachanillas; por eso siempre quiero demostrar que sí valemos, que somos buenas y amables. La frontera es un dispositivo impuesto y violento, es un mensaje directo y culero, pero queremos pensar que está para protegernos y la neta ni madres, proteger no es poner púas en el muro para rasgar la piel; ¡eso no es proteger mami!, eso es violencia, pero estamos acostumbrados a ver y no preguntar.
―En varias de tus pinturas utilizas la imagen de marcas comerciales como cerveza Tecate, jamón Spam, chocolate Nesquick, cereal Zucaritas, yogurth Yoplait, botanas Paketaxo, licor Tonayán; ¿de dónde viene el interés de utilizar elementos del consumo cotidiano?
―En la frontera tenemos una cultura hiperconsumista copiada de la manera de consumo estadounidense. Vivimos en un sistema capitalista y somos súper materialistas; nos han enseñado a poseer, a acumular y a competir para ver quién tiene más. Por eso siempre estoy utilizando esos objetos en mi obra, porque es un idioma que entiendo perfectamente; crecí yendo a Walmart a mirar como «500» tipos de cereales. Somos materialistas y aunque queramos deconstruirnos siempre pensamos en consumir. Los objetos son adjetivos y características de las personas. A veces un primo te regala una camiseta usada y eso es algo que no elegiste, pero narra tu entorno, tu contexto y el motivo del regalo.
―Hace unos meses participaste en el proyecto Horizontes de Color, organizado por el Colectivo Tomate, en Ciudad Juárez, Chihuahua.
―Fue un proyecto social y comunitario. Hicimos murales en una colonia muy peligrosa, y eso que ya de por sí Juárez es peligroso. Me tocó estar pintando en una pared en donde había una mancha como de sangre. Una señora llegó y puso una veladora, obvio nos preguntamos qué estaba pasando. La señora nos platicó que dos semana atrás ahí habían matado a su hijo. Ese proyecto duró 10 meses y yo estuve un mes viviendo allá. La frontera de Juárez es diferente a la de Mexicali aunque parezca que es la misma; por ejemplo, es una frontera en donde se ve que Estados Unidos tiene mucho poder sobre la frontera. En Mexicali el límite territorial es el muro fronterizo, pero allá está el muro, un canal de agua y luego una línea súper delgada que no puedes cruzar; aparte te cobran por cruzar al lado mexicano; como cinco o 10 pesos. La frontera de Ciudad Juárez está muy militarizada y custodiada. Es muy hostil, es como una zona de guerra. Creo que el Colectivo Tomate [asociación civil que realiza proyectos socio-artísticos con sede en Puebla] me invitó porque soy de la frontera y porque he trabajado en proyectos sociales como el Museo Cucapá y en el colectivo Grafito Activo. Está muy padre trabajar en caballete, pero pintar en mural y en comunidades requiere otras habilidades como socializar y responder ante situaciones complejas. El mural que hicimos mide dos kilómetros de largo.
―Presentaste Vestigios fronterizos (2021), en Planta Libre Espacio Experimental, ¿cómo nació esta exposición?
―Todos los días veía el muro y pensaba que vivo en Mexicali, que soy fronteriza, pero que nunca había caminado en la frontera [junto al muro fronterizo]; solamente la vemos, pero nos vale madres, es parte del paisaje y ya. La primera vez que caminé por la frontera me sentí ajena; caminaba del lado del territorio mexicano, pero la verdad es un espacio que a nadie le importa; dejaba un objeto y a los dos días lo recogía. Cuando estaba morrita, de unos nueve años, el cerco fronterizo todavía no estaba como ahora, pero la imagen del cerco o muro es tan potente que borró todo recuerdo de cuando no estaba de manera completa. Rentar un estudio enfrente de la frontera me hizo pensar que es un espacio condicionado e impuesto que no habitamos, que no nos interesa verdaderamente y ahí es cuando empezaron mis caminatas. Caminaba y no sabía qué iba a encontrar, pero esa era la idea; llevaba mi bitácora, recolectaba objetos, tomaba fotos, hacía anotaciones de lo que pensaba y a partir de eso iba hilando ideas y a la par llevaba un trabajo de investigación teórica y al final eso hizo que todo explotara y tuviera sentido. Ese proyecto duró un año y era mi proyecto de maestría en artes visuales en la UANL [Universidad Autónoma de Nuevo León]. La idea era buscar narrativas a partir de los objetos encontrados. Parecería que los objetos solamente son eso, pero pueden contar mucho sobre a quiénes pertenecían. Cuando hacía las caminatas eran los días de la pandemia y la zona de la frontera estaba muy tranquila. Al final hice la exposición en Planta Libre y dije: ¡Oh yeah, esto es lo que estoy haciendo! Vendí piezas y me gustó ganar dinero con el arte.
―¿Qué objetos llegaste a recolectar junto al muro fronterizo y qué piezas de arte llevaste a cabo?
―Llegué a encontrar una frazada de niño, muñecos de peluche, un chingo de botellas de alcohol, jeringas y una vez, en la parte más poblada de Caléxico donde está la High School, encontré una cajita de medicamento en el muro; como soy chismosa la abrí y adentro había una nota en la que alguien le decía a otra persona que se veían en cierto lugar; regresé la carta porque pensé que era importante. Todos los objetos que me encontraba los recogía para hacer piezas. Tengo una bandera de Estados Unidos que hice con camisetas y un pantalón que recolecté junto al muro. Me tocó ver que estuvieran cruzando a alguien y una vez encontré colgada del muro una escalera rota con la que cruzan [los traficantes a otras personas] e hice una pieza que se llama Rómpase en caso de emergencia Esa escalera [hecha con cuerdas y tubos de metal] estaba colgada del cerco, pero a la mitad; cuando ya no las van a usar las trozan o rompen; vi varias en mis caminatas. Otra pieza que hice fue un cuchillo con un pedazo del alambre de púas que cayó de lo alto del muro. Un día me encontré un pantalón lleno de excremento, no era de un niño sino de un adulto y me preguntaba ¿qué había pasado?, ¿cómo siguió su camino esa persona? Llegué a encontrar un chingo de zapatos enterrados; a veces zapatos encima de zapatos. Parece que la tierra va cubriendo las huellas de las personas que van pasando y eso me hacía sentir súper triste, que no hay un registro de las personas que pasaron por ahí. Algo que hice con 20 zapatos sin par, que encontré, fue registrarlos como si fuera su huellas dactilares; fue como un trabajo arqueológico, así me sentía: recolectaba y limpiaba las pertenencias de alguien que pasó por ahí y de la cual nunca voy a saber su nombre. Un día mi papá y yo íbamos en el carro por la línea fronteriza, veníamos hacia el estudio y miramos una bolsa grande de basura; la vimos durante varios días, yo imaginaba que tenía muchos objetos adentro y empecé a imaginar, emocionada, lo que había sucedido. A los cinco días decidimos a llegar y tocamos la bolsa; había algo podrido, olía muy feo. No quise abrir la bolsa. Tal vez era un animal, no lo sé, pero pensé que lo que fuera duró varios días y a nadie le importó. La frontera es un punto cero, no es tierra ni de allá ni de aquí. No nos importa, es un espacio ajeno, invisible y al mismo tiempo no porque es monumental.
―Fuiste atleta de alto rendimiento a nivel nacional y ahora eres artista, ¿cómo se cruza el universo del deporte y el arte?
―Creo que el sistema del arte y del deporte son sistemas que buscan la acumulación de cosas. Vivimos en un sistema capitalista y los logros se van acumulando. En el sistema del arte hay compañerismo, pero también hay competencia, hay eso de estar midiendo logros y tal vez eso sea negativo, pero lo chido es que a través de los dos sistemas la gente hace las cosas que le gustan. Nunca he conocido a un artista o deportista que diga que en su familia lo obligaron o que lo haga pensando que va a ganar mucho dinero. Creo que lo que hay es deseos por hacer lo que se ama y es muy chido conocer ese tipo de gente, que están driven por ese motor propio, que hacen lo que les gusta genuinamente por el goce y creo que eso debe ser la vida. Yo por fortuna siempre he vivido en el goce, divirtiéndome; de ser atleta de alto rendimiento y tener becas, a trabajar en el arte que ya es mi chamba y ya me mantengo y puedo solventar todos mis gastos; por ejemplo, haciendo murales que es un poco más constante.
―El contexto deportivo en el que te movías tiene al triunfo y el éxito como una búsqueda constante, ¿cómo estas ideas aplican en el arte?
―Cuando eres atleta desde morrita y estás para miras internacionales tienes una idea del éxito y de que eres esa persona importante; por ejemplo, a mis 15 años salí en el ranking del mundo y fui campeona nacional cuatro veces entre los 18 y veintitantos años; fui atleta de los 12 a los 24 años. Era muy competitiva en el deporte, pero ¿cómo paso eso al arte? Más que competitiva en el arte, creo que sí me exijo mucho. Hay cosas muy padres del deporte que uso en el arte como ser súper constante, disciplinada y también aprendí a no agüitarme porque sé que las cosas siempre pueden salir desastrosas. También está el tema del ego, a veces me da pena, pero recuerdo que cuando me retiré del deporte, porque ya estaba full en el arte, pensaba que qué nivel de lavada de coco tenía para pensar que debía representar a mi país; pensaba que antes era campeona nacional y tenía récords y ahora estaba en mi cuarto haciendo dibujitos; me tronaba la cabeza recordar que antes era la mejor de México y ahora estaba aplicando a una convocatoria en la que no podía, no digamos ganar, sino quedar seleccionada. Luego me di cuenta de que lo deportivo se replica en el arte. Aplico a una convocatoria y pienso ¿de qué me va a servir?, ¿de qué me sirvieron las medallas ganadas? Ahora una medalla me sirve sólo para detener la puerta; porque al final son cosas simbólicas, pero que en un momento eran importantes para mí. En el deporte se trataba de estar en constante búsqueda del éxito, pero no sabía si las imágenes del éxito que tenía eran propias o eran relatos ajenos. La neta yo sufrí mucho al darme cuenta de que hago arte porque me gusta, pero también porque ocupo pagar la renta, mi celular, a mi contador; pero, al final, no voy a ser mejor artista si tengo 45 exposiciones y he ganado cinco bienales; al final es un historia que ya conozco y no veo para qué repetirla.
―Como atleta y como artista has viajado frecuentemente por el país. ¿Cómo es este constante contraste de realidades sociales y culturales hace que cuestiones la ciudad en donde vives y la escudriñes en términos artísticos?
―En Mexicali hay una forma distinta de vivir y hay muchas cosas pasando que no pasan en otros lugares. Mexicali es una ciudad que tiene muy poco tiempo histórico y por eso no tiene muchas instituciones y tradiciones que otras ciudades sí tienen en torno a la cultura. En su mayoría nadie es de aquí propiamente o tiene poco tiempo, no más de tres generaciones, no hay ese linaje de ser muy cachanilla o esas familias que tienen viviendo en la ciudad más de 150 años. Aquí no hay esas tradiciones súper cuadradas y las que hay a nadie le importa romperlas, por eso la gente es relajada; cosa que no pasa, por ejemplo, en Hermosillo o Guadalajara. Tengo amigos que me dicen que el arte de Baja California es muy salvaje y creo que eso tiene que ver con que no tenemos antecedentes de cómo tenemos que comportarnos o hacer las cosas; no tenemos esos esquemas de la alcurnia y pienso que por eso hay cosas muy viscerales en el arte. Una ciudad como Guadalajara tiene la carga de la tradición muralistas y la carga de los artistas de hace 120 años, por decir algo; aunque por otra parte eso también está chilo porque ya tienen un esquema de cómo se tienen que hacer las cosas.
―Finalmente, háblanos de tus rutinas de trabajo y de cómo preparas tus exposiciones.
―La neta soy una persona de rutina y me gusta trabajar por la mañana. Si no tengo un proyecto, como un mural, me vengo al estudio, me preparo un café, prendo un incienso y me pongo a trabajar. Normalmente, trabajo por series para algún proyecto que tenga y solamente con los medios que tenga para que explote la idea. Ahora estoy trabajando en una serie para un exposición el 7 de noviembre [2024] en la Galería Tres Ojos [espacio multidisciplinario en Mexicali]. Es una exposición sobre el deporte, la masculinidad, los estereotipos de género y cómo están ligados a la idea del éxito. Una parte de la obra ya la tenía, justamente toda la parte que habla del futbol, pero ahora sí estoy trabajando full en el proyecto para explotar todo el universo. Hay cosas que comienzan con una idea, como pintar a un bato agarrando unas nalgas de hombre que son balones de futbol; eso me lleva preguntarme: ¿por qué se me ocurrió eso? Luego va explotando la idea y voy desarrollando a partir de eso. ♠
Jorge Damián Méndez Lozano nació en Mexicali. Siente una profunda emoción por la noche, los excesos y la comida china consumida de madrugada en alguna fonda oriental de la capital bajacaliforniana, en donde, mientras mastica, escucha sin entender absolutamente nada el mandarín o cantonés en que se comunica el personal de la cocina. Ha colaborado en las revistas internacionales Vice, Munchies y Creators. Textos suyo han sido publicados en las revistas: Generación, Crónica Sonora, Animal Gourmet, Infobae, The Clinic, Vanguardia, UABC Radio, Erizo, Sin Embargo, Neotraba, Publímetro, Excélsior, Diez4, Semanario Contraseña, Debate, Periódico Central, W Radio, El Mexicano y Siete Días. Ha laborado como docente en la Universidad del Valle de México, en el área de humanidades.