Crecer al revés
Fui condenado a nacer la rama seca
la incompleta, rota
separada del árbol
en una incertidumbre frágil
con dos hojas apenas sujetas a la punta de mis dedos.
Dos hojas que se mantienen a la espera de que el viento un día se las lleve
y caigan entre las hojas de un árbol completo
un árbol vivo
y no tengan que ser parte de la rama
que todavía lucha por hacer que de ella nazca un tronco
y del tronco raíces
raíces que la amarren a este mundo
y ya no tenga que ser la rama
que quiere crecer al revés,
con el sueño de que de mí surja un bosque
como si mis raíces fueran las raíces de otros árboles, se extiendan debajo
de la tierra y brotaran de ella como si fueran semillas.
Y ya no tenga que estar solo
Si no hubiera nacido niño
me hubiera gustado nacer rama.
No árbol, aunque la existencia me doliera tanto como me duele hoy
porque no sabría qué hacer conmigo, con tanta vida, con tanta paz.
No sabría qué hacer con tantas ramas fuertes
y tantas hojas verdes
y raíces largas que llegasen al centro de la tierra.
Me secaría a propósito, escaparía de la corriente de agua
y metería mi alma en una sola rama
y buscaría nacer desde ahí otra vez.
A mi modo
como mi espíritu me mandase.
En otra vida
como árbol o como niño
siempre buscaría ser una rama chueca
desviada
que crece al revés.
En julio seré Julio
En julio seré Julio
Y el miedo llega como pesadillas en una noche calurosa
el miedo de que el tiempo se detenga en mis tropiezos
y el verano no llegue nunca
lo que es irónico en una ciudad desierto.
La noche es una pesadilla que llega cuando estoy solo conmigo
a veces siento que moriré antes de haber nacido,
lo que no es irónico en una ciudad guerra.
Díganle a mi madre que hizo lo que pudo y bastó.
Díganle a todos los que conocí que no tuve miedo jamás,
que la puerta de la casa no fue nunca la boca abierta del lobo,
y las calles en las noches
nunca laberintos.
Moscas
No sé por qué, quizá sea el hecho de que me recuerdan a la muerte, pero empecé a repudiar mucho a las moscas.
La casa se empezó a llenar de ellas con la llegada del calor y supuse que no se irían hasta el fin del verano. Yo no entendía por qué no podía hacer que se fueran.
Guardábamos todo lo que se pudiera echar a perder en el refri, no dejábamos platos sin fregar y después de comer la mesa se lavaba con agua y jabón, que no quedara ni grasa ni una miga de pan que una mosca pudiera carroñar. Tal vez si creábamos un ambiente poco amigable para ellas, eventualmente se irían.
Lo bueno es que las moscas eran fáciles de matar. Yo creo que el calor las atolondraba, o nunca habían estado en una casa y no sabían que los humanos no eran de fiar. De igual manera, las mataba. Mojaba la punta de un trapo y lanzaba hasta que hiciera un ruido mientras rompía el aire. Las moscas caían al suelo. Marañas negras que me daban todavía más asco que si estuvieran vivas. Al menos en vida tenían un propósito, aunque sucio y asqueroso; ayudar a la descomposición, reproducirse en la podredumbre, yo qué sé. Pero ahora muertas son basura, y las barro y pongo en el cesto. Y conviven, aunque muertas, conmueren con otras cosas y otras criaturas igual que ellas.
Otras moscas vivas que no han tenido la desgracia de entrar a mi casa las encontrarán y sembrarán ahí sus huevos y nacerán otras larvas y otra vez, la casa se llenará de moscas. ♠
Fotografía de Hugo Fermé
Julián Rivera Jiménez es Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa y Maestro en Lenguas Modernas por la Universidad Autónoma de Baja California. Es creador de fanzine y poeta. Considera que el fanzine es un medio de expresión tanto colaborativo como personal. Sus poemas y creaciones han sido publicados de manera autogestiva en redes sociales, así como la antología Perlas, poesía trans, edición digital de Colectiva Oleaje; y Mil jardines brotan de una palabra. Poesía trans mexicana, Ediciones del Ermitaño (en proceso de impresión).