por Antonio León
Desde que llegué a vivir a Mexicali me ha llamado la atención la querencia de este lugar por el punk rock. Pareciera que es cosa de nostálgicos en bar de cervezas artesanales o que hay crisis de playeras negras del tándem The Clash-Kortatu y sus derivados, pero nada más lejos de la realidad de un desierto encrestado, saltador y dado al desmadre: distintas generaciones de gritones se dan cita en las tocadas y entonan todas las canciones desde un disco duro que ya supera los cincuenta años de historia.
Pero el punk aquí no se queda en la vieja grabación de bombos y platillos, ni en el grito atávico, ni en el fanzine: hay una actitud de patear paradigmas o, mínimo, reacomodarlos en su estepa. Una forma de ser ante condiciones extremas de transitar por la vida —a 45 grados, con la cresta coronada de sudor, y las botas a punto de quedar como pasta en el pavimento— a la que le sumamos los elementos del noroeste. Aquí son punks los Tiranos del norte, Chalino Sánchez y la ola de los corridones que se encuentre a la distancia de una caguamita bien fría.
El martes por la noche, durante la tercera función del Encuentro Internacional de Danza Contemporánea Entre Fronteras en su edición 2025, fue el turno de Sin Luna Danza Punk. La compañía dancística de casa, fundada por la bailarina Rosa A. Gómez, presentó su Punkpurrix: un recorrido por quince años de trabajo a través de cinco de sus obras representativas.
Al correrse el telón del Teatro Universitario, las notas del ensamble Classical Femmes y músicos invitados abrieron el escenario para la pieza Nos gusta Laban, we love ballet and calabaceado, fusión híper glam y posmo norteña del lenguaje dancístico contemporáneo con el baile calabaceado, danza popular originaria de nuestro estado.
La noche se deslizó entre aplausos ensordecedores del público que ya conoce a esta compañía, parafernalia motociclista y surfera, fiestas vaqueras y evoluciones entre la violencia física y el devaneo erótico. Con intermedios largos marcando el viaje, un viaje en retroactivo marcando su historia disruptiva, bravucona y acelerada.
A medio camino se encuentran las experimentaciones con el corrido alterado y las piedras Swarovski rasgando el proscenio, la danza articulada desde los uniformes escolares y los tenis converse, la gritadera catártica del verano. Los chicos de Rosa A. Gómez nos dejan ver los entresijos de su historia, la recrean y están siempre dispuestos a romperla frente a ojos incrédulos, en la convención siempre cambiante de las referencias dadaístas, glameras, protopunks y norteñotas de las que hacen gala.
En su manifiesto, Sin Luna expresa: “Nos gusta el piso, amamos el piso, siempre queremos estar en el piso y permanecer enterrados, queremos que la luz traspase el piso, queremos fotosíntesis en nuestra danza”. La constante de una historia punk ha sido crear una lógica personal entre lo pedestre y lo lunar, entre las posibilidades que brinda la fuerza de gravedad y las que ofrece el movimiento trepidatorio del cuerpo.
Descubrir esta historia, constatar los cambios de registro y el efecto inexorable del tiempo en los trabajos de cinco lustros de saltar fuerte sobre las tablas, es lo que nos ha ofrecido esta tarde para la danza en nuestro desierto de crestas al aire. ♠
Fotografías de Armando Ruiz
Antonio León. Maneadero, Baja California. Poeta, cronista y gestor cultural. Es editor de poesía en la revista El Septentrión y autor de los libros Busque caballos negros en otra parte (2015), :ríos (2017), Consomé de Piraña (2019) y Drowner (2021). En 2016 fue el ganador del Premio Estatal de Literatura de Baja California, en la categoría de poesía, con el libro El Impala rojo. En 2018 fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) en la categoría Creadores con Trayectoria. Actualmente se desarrolla en el ámbito de la promoción cultural universitaria. Es integrante del equipo organizador del encuentro Tiempo de Literatura, en Mexicali. Cuaderno de Courtney Love (y otros poemas), editado por pinos alados ediciones, es su libro más reciente.