Aldo dice que en nueva jersey la pizza
tiene las salsas más sangrientas de
toda la costa este. los niños le gritan
a los gordososcuros los policías-niños
fermentan también en el mejunje
de un arma cargada en el armario.
un otro cargado en el armario. tanta
grasa en jornadas de jarabe negro
y buenas dosis de telecompras por
unas pocas pulgas filipinas. esos
americans estarían fritos si vieran
cómo el agua de la manguera corre
entre las hojas frescas del aloe.
la tarde joven se sienta en el porche
descascarado de la casa. cada tanto
un auto pasa y se ve muy pequeño
ese fondo con “palomitas de maíz”
en el diario dicen que internet se ha vuelto
una autopista de autos chocados. tal vez
la lengua no haya sido suficiente. unas
pocas palabras fuera de lugar y el sujeto
comienza a ser empaquetado en bolsas
de papas fritas. ahí estoy yo-pero-quién?
sentados alrededor del fuego prometimos
no revelar el secreto: esos trazos en la
tierra primitiva. pero corriste enseguida
y cada tropiezo decía otra cosa: no era
una torre infinita sino un río. lo que
salió del agua entonces ya no tuvo solución
lo que dice el loco de la cuadra es
desechado demasiado rápido: “un
sistema de tarjetas para desactivar
a los falsos humanos”. de fondo
en el café un televisor discute
acerca de la condena a Messi por
evasión: firma. prevale. se haya ra-
mificado. que su hijo. a propósito
me gusta metadata (entra un
muchacho que se expresa en un
registro hiper formal y le explica
a su madre o tía el caso en cuestión)
……
hay máquinas que no se apagan
……
mañana volveré a pasar por esa calle
a buscar otros versos
—Diego L. García
Diego L. García nació en Berazategui, Buenos Aires, en 1983. Es Profesor en Letras. Escribe crítica literaria y poesía. En 2016 publicó Esa trampa de ver (Añosluz editora). Como crítico colabora en las revistas Jámpster, Transtierros y Poesía (Universidad de Carabobo), entre otras publicaciones.