Tres poemas de Carlos Llaza

 

 

 

SONIDO VIRGEN

The vacant text glows white on pages that are black.
                                              Peter Redgrove

Arrojo la Biblia al río y
desde la altura del puente
veo que el lomo azul

ondea como espinazo
de criatura viva. Intrigado
no pierdo de vista el recorrido;

cuando ella navega, el agua
se agita y babea espuma.
El libro tras darse vuelta

pasa las hojas como quien
se lee a sí mismo y
memoriza los versos,

luego las letras se abren
y elevan cual remolino
de cenizas. El texto es ahora

terreno baldío, pluma de cuervo.
Desde su sitio, las estrellas—
todas en primera fila—

se emocionan ante el ascenso
de las invitadas. Un perro aúlla.
Una rata con visible apuro

pasa a mi costado y desciende a
la ribera. A medida que la
noche avanza mi libro se debilita.

Como aluvión de agua negra
el cielo desborda el cauce.
De pronto un hombre con ropa raída

surge del río. Lleva en las manos
lo que ahora es un cuaderno
abierto en la primera página.

Me mira entonces a los ojos,
pronuncia mi nombre y en
taquigrafía documenta el himno

que brota de estos labios:
rumor en lengua nunca antes vista.

CATÁSTROFE

The far sonority of waves switched off.
Forest silence struck them like a blow.
                  John Hartley Williams

La tarde hambrienta devora tu voz.
Tú permaneces inmutable: un pez
ornamental. Aquí solían venir
músicos y bailarinas de velour

a celebrar sobre las hojas secas—
las luces de neón como tres parcas.
Durante el día los cantantes calvos
permanecían silentes en cuevas

bebiendo lo que estuviese a la mano.
Detrás de la orilla, las olas, la cuna
del cielo, fragancia de tempestad—
desde las nubes caerá el alud.

Cuando llegaba al fin el crepúsculo,
por el camino que va a la pérgola
rayos temerosos y temerarios
pintaban lunas sobre dos maderos.

Las olas callaron por un instante.
Sosiego de árbol tupía su mente.
Tras derrumbar esculturas de arena
volvieron a lo suyo—lo divino.

Las canciones todas fueron compuestas
y entonadas. Negras como las pestes
marcaron las pieles como el herrado
caliente identifica la vacada.

Tú, mientras tanto, te guareces en la
pecera en busca del mejor ángulo
desde dónde observar la catástrofe:
la caída de la séptima estrofa.


LA ÚLTIMA PALABRA

El aire denso como agua muerta,
mientras los cuerpos en el asfalto
que los atrapa, tras levantarse
dan pasos firmes, luego se elevan.

Tal como el vuelo de la mosca en verano
es buceo en gasolina, tal como el viaje
del salmón es hacia el centro de la tierra;
así, esta brisa para los cuerpos flotantes,

entre dos torres de sillar grisáceo
que, en ninguna parte, como la orilla,
la cordillera o el horizonte,
juntan las manos y desaparecen

contra las nubes, detrás de los tejados.
La última palabra permanece
tan intocable como ineludible.
A pesar de repetidos intentos

nadie consigue ver las manos.
Se sabe que para soñar son buenos:
la danza quieta de los cuerpos gloriosos:
cielos y tierra rebalsando mares.

 

—Carlos Llaza

 


Carlos Llaza (Arequipa, 1983) es poeta, traductor literario y profesor. Graduado de las universidades de Edimburgo y de Oxford. Preseleccionado para el Bridport Poetry Prize (2012). Autor de Brame el fuego (Vinciguerra, 2009) y Naturaleza muerta con langosta (Buenos Aires Poetry, 2018). Su trabajo ha aparecido en publicaciones como Periódico de Poesía, La Raíz Invertida, Buenos Aires Poetry, Revista Literaria Monolito, Digo Palabra, Letralia, Circumference, entre otras. Actualmente vive en Glasgow.

Déjanos un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*