Lunch

 

 

 

8:30 AM

“No se te olvide que hoy va a venir Mayra al lunch”, le digo a mi esposo en inglés, mientras sale del cuarto para ir al trabajo. Que frío hace. Ocho grados centígrados o 45 Fahrenheit. No quiero salir de la cama y Mayra va a venir a las doce. Tengo un mundo de cosas por hacer, pero me vuelvo a dormir.

10:30 AM

¡Maldita sea, dormí de más! No debí ver series hasta las tres de la mañana. Primero debo acabar de limpiar este chiquero. Qué departamento tan reducido. Tengo que dejar nuestro cuarto presentable para que Mayra pase al baño. No entiendo por qué vivimos en esta zona, donde es tan difícil costear un departamento con dos cuartos y dos baños. Prometo que mañana, ahora sí, busco trabajo.

10:40 AM

Tomo una pila de ropa sucia y la escondo en el clóset. ¿Por qué no hemos lavado la ropa desde que regresamos de México? Y recuerdo que lavar es tardado y caro: bajar a la lavandería, rellenar la tarjeta, encontrar una máquina que sirva y desocupada. Con tanta ropa acumulada seguro serán unos treinta dólares, treinta dólares son seiscientos pesos. ¡Seiscientos pesos por lavar la ropa! Arreglo el baño, lavo un par de vasos y un plato, barro y sacudo, siempre sacudo este maldito polvo que tanto se junta viviendo frente a la avenida. Veo el reloj digital incrustado en la estufa eléctrica, son las 11; tengo que ir a la tienda.

11:00 AM

Esa estufa, me quedo pensando mientras camino hacia el sur sobre la avenida, las que me ha hecho pasar esa estufa: no puedo ni calentar una tortilla de harina porque se dispara la alarma contra incendios. Tengo que ser cuidadosa con esa estufa, me repito, no quiero ser conocida como la mexicana que incendió el Silicon Valley. Sigo caminando con el sol brillante y el aire frío, casi helado, que me dan directo en la cara. Camino quinientos metros más y llego al Mercado y Carnicería Las Palmas o, como le digo yo, “la tiendita mexicana”. Una señora ya grande y chaparrita, con su delantal puesto, lucha contra la puerta. Le ayudo a entrar. Me responde con un, “gracias m’hija”.

    Tomo una canasta roja y veo en el refrigerador paletas de limón y gansitos congelados. ¿Querrá Mayra gansitos congelados? Mejor no, apenas logró bajar un poco de peso. Tres calabazas mexicanas y un brócoli para mi desayuno de mañana. Prefiero la calabaza mexicana al zucchini, la cáscara de esa calabaza es muy dura. Zanahorias y pepinos para el lunch de hoy. Como lo pensé, no hay lechuga empaquetada, y con el reciente brote de e-coli no me atrevo a comprar la lechuga entera y sin empacar. ¿Cómo es posible que aquí no vendan desinfectante para verduras? Según ellos todo da cáncer. Miro mi teléfono y son las 11:20, tendré que ir al supermercado japonés. Paso al fondo de la tienda y pido en español “tres filetes de pollo, por favor”; cuatro dólares con treinta no está mal por el pollo. Antes de irme tomo unos roles de canela Bimbo, sé que Mayra me lo va a agradecer.

11:30 AM

Guardo las compras en el refrigerador y vuelvo a salir, ahora me dirijo quinientos metros hacia al norte rumbo al Mitsuwa Marketplace.  Sushi. ¿Cómo no pensé en simplemente comprar sushi?, ahí siempre está fresco y barato. Entro al supermercado y veo la repostería fina japonesa: gelatinas en forma piramidal sabor flor de cerezo y pequeños panes circulares rellenos de frijol rojo, envueltos delicadamente con diseños florales. Cómo me gustan los dulces japoneses, la próxima vez que vaya a México le llevo a mi familia. Tomo la bolsa de ensalada mixta y me dirijo a las cajas, todas cerradas excepto una. La fila está enorme, 11:42, ¿qué hago?, miro a la izquierda y veo diez cajas de auto servicio. Nunca las he usado. Me dan miedo, pero hoy no puedo perder tiempo. Escaneo la bolsa de ensalada, inserto la tarjeta y firmo, ¡Pff qué fácil era! Nunca vuelvo a formarme en la otra fila.

11:52 AM

Llego al departamento. Todavía me da tiempo de un cambio de ropa. Le digo a Alexa: Play classic rock.

      Mi primera visita. Después de un año de vivir en California, tendré mi primera visita. Mayra es mi única amiga aquí, también es mexicana, de Tlalnepantla como yo. No tiene hijos y su esposo, como el mío, es gringo, así que entiende lo que es no hablar español por días. Fuimos juntas a la secundaria, teníamos algunos amigos en común pero nunca fuimos realmente cercanas, hasta que me mudé aquí. Ahora cuando nos vemos hablamos por horas. Nos descosemos con esa libertad que sólo la lengua materna te puede dar.

12:02 PM

Notificación de Whats. Mayra: “Ya llegué”. Bajo a abrirle la puerta y veo que trae en las manos una cajita de cartón azul con letras rosas:  Cupcakes. Sonrío.

 

Cynthia Viveros vive en San José, California, es Actuaria de la UNAM y cuenta con una Maestría en Negocios por parte del ITESM. Actualmente colabora  en la revista El Septentrión.

 

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