Damaged Years: Un prólogo

 

 

 

por Javier Fernández

 

Sea por un grave desvío presupuestal en sus pretensiones dramáticas, por un gesto tutelar hacia la tribu, cada vez más plural, o por un simple apego al terruño, Tijuana permea, apolilla e infecta los libros de Rafa Saavedra. El primero de ellos, Esto no es una salida. Postcards de ocio y odio, publicado en 1996 por el entrañable proyecto independiente La Espina Dorsal, introdujo en el léxico literario de Baja California el apelativo más poderoso con que nadie se ha apropiado de esta frontera antes o después: para Rafa, Tijuana es la city. Sin comillas, ni letra cursiva. Castellanizada a medias: city se pronuncia siti porque a Rafa le importan una leche las reglas idiomáticas, y porque, además, en su cosmogonía las voces urbe y ciudad suenan aparatosas, acicaladas, un pelín triunfalistas.

   Genio y figura para los teóricos del urbanismo, Tijuana abusó del gimnasio en las décadas 1980 y 1990. La precocidad irreflexiva del mercado libre y su encarnación en almidonados regímenes fiscales, el diarreico flujo migratorio, cuyos vacilantes indicadores demográficos generan anticuerpos a la política pública y no se dejan leer (ya no se diga controlar), la disparatada urbanidad en eterno embarazo no deseado, presa del escapismo, y, desde el Norte, como un resuello erótico, la demandante y tentadora California.

  Es momento de decidir qué es Tijuana para ti, pues Damaged Years toma una posición categórica. Puedes imaginar Tijuana como un libraco ilustrado en proceso de certificación donde los ciudadanos entonan el Himno Nacional y peatones anónimos dan la bienvenida a tus dólares, titulado bombéricamente Industrial Years, o puedes aceptar que Tijuana no se repone aún del severo proceso inflamatorio, que sus habitantes se apoderan de las ofertas (no tanto de los ritos) del Thanksgiving y hacen fiesta en el “porshecito” vigilados por tres fulanos que a patadas te sacan el bejesus. Cualquier observador se tallaría los ojos, pero es que éste, y no otro, es el contexto simbólico de Damaged Years.

   En Boogie Nights, un film altamente disfrutable para Rafa Saavedra, Philip Seymour Hoffman entra borrachísimo a la cabina de un Impala 80, arrepentido de cierto papelote que acaba de hacer con el protagonista Dirk Diggler, y balbucea entre lágrimas y mocos “Fucking idiot, I’m a fucking… idiot. ¡I’m a… fucking idiot!” Lo repite nueve veces. Imagino a Rafa repitiendo lo mismo con cierta resaca, cuando relee fragmentos de “Where´s the Donkey Show, Mr Mariachi” y “Aún bebo solo”. Sin dejarse vencer por la culpa, ha seleccionado para esta antología catorce relatos, todos tóxicos, sub-producidos y ojerosos, de sus primeros dos libros: Esto no es una salida, y un año después, Buten smileys, competidores en los carriles 4 y 5 del trote paraliterario, cuya meta alcanzan el primero dilatando la lengua con escupitajos de albañil y el segundo con las gónadas dolidas.

   De existir un adjetivo propicio para Damaged Years, este vaga entre dos aguas: lo desechable y lo inolvidable. Hoy día, con la perspectiva de su nueva producción en relatos como “Rollercoaster” y “Get.No.Time” (incluidos en su más reciente volumen, Lejos del noise) Rafa mira al escritor que fue y lo abraza como a un descobijado homeless, aunque al darse vuelta, ríe a solas de cierta broma. No hay romanticismo en Damaged Years, ni tutela indulgente. Nada de cocteles suprarrenales, ni relatos de autismo cavernero.

  ¿Qué tenemos, entonces? Tenemos “Felices como Alicia”, apólogo a la humedad de las manos maternas en una chiflada Prohibition Era. Tenemos aproximadamente a Cristo en “Han atrapado a Dios” como un bobalicón entrado en ácidos que en la ruleta se juega al profeta Abraham a cambio de Ghostface Killah. Tenemos un bolo pastoso en “@”, y la resaca de una hembra velociraptor en “Trigger Happy Police”. “Fek!” es el antojo de Rafa por reconciliar el fiesterismo anecdótico con la cara piadosa del punk: cuando mucho, ejecuta a uno y descobija al otro. En “Sister Violence” un trío de guacamayas políglotas –una de ellas transexual– copula estilográficamente con Bukowski cuando una pareja de ministeriales irrumpe a cachazos.

  Ahora, me pongo de malas. Son relatos demasiado cortos, afeitados a rapa. Plagados de alienación; soberanos en su amateurismo y robóticos en su sentido del tiempo. De un imaginario excitante pero inconsistente, por el que aprendices de poeta entran en crisis y se tiran de hocico al bulevar. Manuales de suicidio con tests que te devuelven puntaje. Sus relatos sufrirán para hallar lugar en la mejor literatura nacional, aunque formarían parte, sin duda, y con orgullo, en compilaciones bossa nova de $3.99, demos de horror punk en la caja de Lucky Charms, desechos remasterizados del rockabilly más rudo, que lo hay. Gozoso en la digestión icónica, Rafa Saavedra es su propio emperador en el proceso creativo. Damaged Years debe media vida al liviano, casi delictivo sentido de apropiación de los raperos que definió de manera célebre Jay-Z:“You made it a hot line, I made it a hot song”.

  No sé si queda claro. Cuando llueve en un relato de Rafa Saavedra, al otro lado del mundo caga un niño bengalí cuyo detrito asfixia a la mariposa de la Teoría del Caos.

  ¿Te parece que los relatos de Rafa son todo menos eso: relatos? También me lo parece a mí. Lo mismo creo de sus amigos: algunos serán diputados y otros glamourizan la ciudad con sus pegostes. Unos aspiran a ganar premios Grammy, y otros, simplemente, aspiran. O desaparecen, o emigran. Esculpen, sacan fotos, trabajan en maquila, duermen en sarcófagos. Muchos de ellos viven en Tijuana, y varios en su bastión, la Hermana República de Playas.

  Pero todos habitan la city, bautizada por Rafa con el mismo derecho simbólico y geográfico que ejercen los puertorriqueños de Nuevayol cuando te mandan a la mielda.

  Entiéndelo: lo que estás por leer es lo que sucede a la literatura cuando vive del desabasto, pasa de largo la revisión mecánica, acelera a niveles ilegítimos y arriesga su party to go en el tracatacatá del carril de acotamiento. Como si a Rafa le importara.

 

 

(*) Nota del autor: Una versión del presente texto se publicó en un número conmemorativo por el fallecimiento de Rafa Saavedra en el suplemento Identidad del periódico El Mexicano, en Tijuana, en septiembre del 2013. Se elaboró a petición de Rafa como prólogo para una antología de su obra que no llegó a publicarse, titulada Damaged Years. En su momento se la leí por teléfono y nos reímos mucho.

 

 

Javier Fernández es comunicólogo y escritor, nacido en la Ciudad de México y residente de la frontera desde los 11 años. Ha colaborado en diversas revistas, medios impresos y digitales. Sus textos han aparecido en diversas antologías de la región y el país. Cuenta con los libros de narrativa «Si tarda mucho mi ausencia», «Señora Krupps», «El estadio que naufragó» y «Seguir a los gansos». «Casi lluvia» es su primera incursión en la poesía, con la editorial independiente Pinos Alados.

 

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