1917

por Alberto Villaescusa

 

(1917; Sam Mendes, 2020)

Le guste a uno la película o no, es difícil omitir el logro técnico y logístico de 1917. El director, Sam Mendes, concibió esta epopeya sobre la Primera Guerra Mundial como un plano secuencia ininterrumpido, y la producción tuvo que acomodarse a esta visión. Vulture hace un excelente recuento de los desafíos planteados por la construcción de enormes sets que pudieran acomodar el movimiento de la cámara, el clima inconstante (si el cielo cambiaba, se debía repetir una de sus complicadas secuencias), y efectos especiales, principalmente explosiones, que debían coordinarse para transmitir la intención emocional del momento pero también proteger la seguridad del elenco, el equipo de producción y los cerca de 500 extras que participaron en algunas de sus secuencias más complejas.

   1917 no es el primer intento de hacer un largometraje que parezca un elaborado plano secuencia sin cortes. La soga, de Alfred Hitchcock, fue uno de los primeros experimentos y, quizá por esa razón, una película con la que su tan perfeccionista director nunca estuvo muy complacido. Estrenada en 1948, La soga se enfrentó a la duración de diez minutos de los carretes del celuloide; de vez en cuando, la película se cubría con un objeto para ir a negros y esconder un corte. Las limitaciones de la producción tanto como la intención del director dictaban el lenguaje cinematográfico. La tecnología digital introducida décadas después proporcionó soluciones. El video en alta definición permitió que la hora y media que duró El arca rusa de Aleksandr Sokurov fuera filmada sin parar, mientras que Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) de Alejandro González Iñárritu se asistió de fotografía digital como de efectos visuales en postproducción para “coser” tomas entre sí, creando la ilusión de continuidad.

  Esta dependencia sobre el plano secuencia es limitante, no sólo porque coloca una extrema presión sobre la producción y hace ciertas posiciones de cámara prácticamente imposibles, sino también porque implica rechazar uno de los elementos que comúnmente convierten al cine en cine: el montaje, el poder cortar de una toma a otra y crear significado y emoción a partir de la combinación de imágenes. Esto no quiere decir que el editor no esté involucrado, sino que la naturaleza de su trabajo cambia: Douglas Crise y Stephen Mirrione participaron en los ensayos sobre mesa de Birdman recortando momentos y sugiriendo cambios desde entonces; en 1917, Lee Smith empezó a revisar el material casi tan pronto como era filmado, evaluando el ritmo de la cámara y de los actores. 

   Estamos tan acostumbrados a los cortes en el cine que cualquier película que se salga de este esquema, como 1917 trata de hacer aquí, estará cambiando drásticamente nuestra relación con lo que sea que estamos viendo. El formato puede robarle protagonismo a la historia, algo que no es necesariamente malo si ésta quiere llamar atención de algo que no sería evidente siguiendo un enfoque más tradicional. La Primera Guerra Mundial fue una guerra de trincheras, en la que miles de vidas se perdieron para que los combatientes pudieran avanzar distancias mínimas. En 1917, que nunca utiliza la elipsis para contraer el espacio, uno entiende el campo de batalla como un ambiente inhóspito y lleno de peligros, pero que se puede recorrer a pie en un par de horas. Uno se confronta con lo reducido que el Frente Occidental era en realidad, y lo mucho que ambos lados perdieron para defenderlo. 

   1917 se sitúa en trincheras y ruinas, está llena de disparos, explosiones, cazas aéreos y obstáculos físicos como alambre de púas, puentes derrumbados y por supuesto el ejército enemigo. Dado que la cámara, por su concepto fundamental, simula un observador constante, la experiencia se sienta tan inmediata, como si nosotros fuéramos testigos directos de lo que sucede en el campo de batalla. Cuando el soldado de primera británico Will Schofield (George MacKay), uno de dos a quienes seguimos por casi toda la película, se hiere la mano con alambre de púas y ésta después cae en los restos de un soldado alemán, mi reacción fue absolutamente visceral.

    El lenguaje visual de la película, al ser tan distante de lo que entendemos como el lenguaje del cine, la ha hecho ser blanco de muchos calificativos burlones: es como un videojuego, como una montaña rusa, como un parque de atracciones, como una experiencia de realidad virtual, ustedes escojan. Uno quiere ser generoso con Mendes, pensar que el formato busca que reflexionemos sobre el tiempo y el espacio como Hitchcock quiso hacer con La soga, pero la película inevitablemente choca con sí misma. Su diseño es frustrantemente linear; no entendemos sus locaciones en función de cómo se relación la una con la otra, sólo como paradas en un recorrido de punto A a punto B.

   Más que la historia de los hombres enviados a pelear, 1917 es la historia de una misión: Schofield y su compañero Tom Blake (Dean-Charles Chapman) son encomendados por el General Erinmore (Colin Firth; los rostros más conocidos de la película, como Firth, Mark Strong, Andrew Scott, y Benedict Cumberbatch ocupan papeles secundarios como soldados de mayor rango, quizá para establecer su autoridad de inmediato) para entregar un mensaje urgente a un batallón del regimiento de Devonshire, una tarea que involucra cruzar líneas enemigas. Esta misión, fácil de entender pero obviamente no de realizar, no ayuda a defenderla de comparaciones con un videojuego. Mendes no es suficientemente minimalista como para confiar en los elementos de la naturaleza para así lograr una inmersión más absoluta. Su película busca ser realista pero no tanto. De vez en cuando la ausencia de sonido se vuelve verdaderamente inquietante, una ilusión de seguridad que es demasiado buena para ser verdad, hasta que la solemne partitura de Thomas Newman entra con sus obvias pistas de suspenso y heroísmo.

    Dado que Mendes es un cineasta con un ojo para lo espectacular 1917 mayormente cumple la misión de deslumbrar y emocionar. De sus películas de James Bond, 007: Operación Skyfall y Spectre, trae a colaboradores de primer nivel como Newman y Smith, y por supuesto al director de fotografía, Roger Deakins, quien merece tanto crédito como él por esta hazaña. Los masivos escenarios cobran vida propia, sus primeros momentos nos introducen a las trincheras británicas de manera tan gradual que uno apenas y las percibe como una locación separada del resto del campo francés. El ritmo poco convencional de la película nos sumerge en un mundo en el que el peligro parece esconderse detrás de cada rincón. Una secuencia en el interior de un túnel que se colapsa puede recordar demasiado al inicio de Los cazadores del arca perdida pero es horrorosamente efectiva. Una lluvia de bengalas sobre las ruinas de un pueblo francés a la mitad de la noche crea una deslumbrante danza de sombras, potencialmente poética si la película tuviera sustancia suficiente para dotarla de significado.

  El primer acto de Cara de Guerra, el clásico bélico de Stanley Kubrick, retrata el entrenamiento de los Marines estadounidenses como un intenso proceso en el que la personalidad de los reclutas es moldeada y aplanada para convertirlos en obedientes y eficientes máquinas de matar. 1917 no ofrece una crítica comparable al aparato militar (está dedicada con reverencia al abuelo de Mendes, un escritor cuyos relatos de sus experiencias en la Primera Guerra Mundial inspiraron la película), pero su retrato del ejército es curiosamente similar. 

   La película transcurre en un frenesí, lo que en parte se siente como una celebración de la entrega patriótica y determinación de su protagonista, pero también como un seco comentario sobre cómo la guerra le ha robado su capacidad de ser una persona de carne y hueso, convirtiéndolo en poco más que una pieza más de una eficiente maquinaria. Will y Tom no tienen tiempo de considerar su misión. En tiempo real vemos cómo, tan pronto reciben las órdenes de Erinmore, ya están en camino a territorio enemigo. 

    Si 1917 se presentara simplemente como un tributo al heroísmo de las tropas británicas, sería simplista, pero quizá mucho más exitosa en su propósito. En la película que Mendes terminó haciendo se asoman las señales de un material más complicado, lo que sugiere dos cosas: o sus pensamientos son más complicados de lo que se deja ver, o meramente está adoptando ciertos detalles para que ésta parezca más complicada de lo que es en realidad. Ocasionalmente un personaje aparecerá para cuestionar el propósito de la misión, la inutilidad de sacrificar sus vidas por poco más que una medalla para la familia que les queda. Hay un momento en el que Will y Tom se encuentra una fotografía de la familia de un soldado alemán, pero antes de que podamos preguntarnos si ambos lados de la guerra se ven a sí mismos como los héroes, los dos ya están en camino al siguiente mecánico obstáculo. 

  Tengo una opinión dividida sobre 1917. La encontré una película extraordinariamente entretenida, pero hay algo perverso sobre Mendes apropiándose de un periodo de profunda angustia existencial, muerte y destrucción sin precedentes: se siente como un truco. Sus intentos de sugerir estos horrores se sienten como las decoraciones de una casa de espantos: cadáveres humanos o de las reses de los granjeros que alguna vez vivieron ahí. De vez en cuando la película da señales de cómo un plano secuencia ininterrumpido podría hacernos ver la Primera Guerra Mundial de una manera única, visual y también temática. La logística del movimiento (que apenas y nos da primeros planos de sus actores) y el enfoque frenético por cumplir la misión la hacen incapaz del típico sentimentalismo y reflexión banal que caracteriza a muchas películas de guerra. Pero en lugar de contener reflexiones banales 1917 no contiene ninguna reflexión. Es experiencia pura. Viene bien que termine como empieza, con su protagonista buscando la sombra de un árbol para recostarse. Tanto ha pasado, pero no sentimos las secuelas. Él sólo necesita un respiro y nosotros también. 

★★★1/2

 

Para leer más reseñas del autor, aquí su blog: https://pegadoalabutaca.wordpress.com

Alberto Villaescusa Rico (Ensenada) Estudiante de comunicación que de alguna forma se tropezó dentro de una carrera semi-formal como crítico de cine. Propietario del blog Pegado a la butaca. Colaborador en Esquina del Cine y Radio Fórmula Tijuana

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