Yo era una máquina de hacer poemas

 

 

Caña de pescar

Para V. G. 

Todo sigue igual,

solo que ni tú ni yo

somos los mismos.

Las palomas

se han estrellado en nuestros ojos.

Y el cuerpo exige la sal del otro.

¿Derrumbará los muros esta desnudez impropia?

Todo sigue igual,

excepto que la ausencia es torpe

y la noche nos cela.

Los días son ínfimos.

Las tardes acorralan otras oscuridades.

Ningún grito puede curarme.

Ningún éxtasis te subsiste.

Tu voz es una gran carnada.

Yo la aprieto con todas mis fuerzas.

Me lastimo,

como es evidente.

Pero no hay nadie que tire de ella.

 

 

El Venado y la Serpiente

 

Cuando vuelvo sobre el mar embravecido del pasado

a ocultar la espuma de la derrota,

ya no soy el párpado frágil del olvido,

ya no soy el sempiterno adulador de palomas viejas.

 

Y si lames esta noche mis heridas

como un íncubo

perverso y borracho.

Y si tomas mis ojos de venado

como dos piedras infernales

y haces de ellos

la proyección de otro tiempo,

devórame con tu boca de algodón,

con tu lengua bípeda de metal.

Entierra tu tacto

bajo la piel de este pan salobre.

Cúbreme

con tu cola.

O ahórcame.

 

 

Yo era una máquina de hacer poemas

 

El sentido se pegaba,

embarraba la calle,

se volvía el pastoso mecanismo

que provoca la explosión.

Qué triste aburrimiento me ha cegado.

Yo era una máquina de hacer poemas.

La madrugada absorta estrujaba la luz.

El humo se torcía moribundo

como borracho

caballo

de mar.

 

Ahora

solo angustia sobre la línea

devorando el silencio.

Silencio – angustia / angustia – silencio.

Ya no la bilis que recorre el tráfago del cuerpo.

Ya no el dolor firme como un músculo.

Ya no el pulso de yegua excitada.

Ya no la sombra del dedo

que te señala tu culpa.

 

Ya no soy una máquina de hacer poemas.

 

Te olvidaste de mí,

doble sexo burlón,

odiosa raíz inerte,

vaso trizado por el ojo,

plástico sepulto en la arena,

cadáver vuelto vivo.

¡Oh extraño mundo sin evidencias!

¡Qué fábula la costumbre!

 

—Santiago Vizcaíno Armijos

 

 


Fotografía de Sergio Caro

Santiago Vizcaíno Armijos (Quito, Ecuador, 1982). Su primer libro de poesía, Devastación en la tarde, recibió el Premio Nacional de Literatura en 2008 por parte del Ministerio de Cultura y fue publicado por Dialogos Books (EEUU) en 2015, traducido por Alexis Levitin. Asimismo su libro de ensayo Decir el silencio, en torno a la poesía de Alejandra Pizarnik, obtuvo el segundo lugar del Premio Nacional de Literatura en 2008 por parte del Ministerio de Cultura. Recibió el Premio Pichincha de Poesía 2010 por su libro En la penumbra. En 2015 apareció su libro de poesía: Hábitat del camaleón (Quito, Ruido Blanco) y una plaquete de su poema «Canción para el hijo» (Lima, Hanan Harawi editores). Ha publicado también un libro de cuentos: Matar a mamá (Buenos Aires, La Caída, 2012, 2015), una novela: Complejo (La Caída, 2017), y el libro de ensayo «Casa Tomada». Reinvención de un mito, recogimiento de un espíritu (La Caracola, 2018). En 2018 fue ganador de la convocatoria del Sistema Nacional de Fondos Concursables del Ministerio de Cultura por su novela Taco bajo (La Caída, 2019).

Déjanos un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*