El futuro

 

 

 

La poeta Adriana Ventura, quien escribe sobre los cuidados y las vulnerabilidades del mundo, nos presenta un sueño en el que la voz futura de su hijo menor y las videoclases se mezclan en la proyección de Zoom. Además nos presenta unos poemas sobre las arañas, la realeza y la maquila.

—Maricela Guerrero


 

 

La rueca de Gabrielle
(fragmento)

Espero el final feliz que aprendí a deletrear a los seis años.
Mi príncipe no llega, qué impuntual es la realeza.
Pero cada noche me caigo de sueño.
Repito cien veces, cien veces que debo terminar
que esta prenda debe estar lista
y a qué hora he de ponerme a coser mi propio atuendo, Gabrielle.
Repito cien veces que no debo caer y cierro los ojos,
me pincho la mano y mi futuro feliz no llega.
Gabrielle, yo no puedo comprar la eternidad para montar ese caballo
aquí no hay parajes donde habiten caballeros,
cabalgaré por el camino del desamparo.
Todas las rutas conducen a la maquiladora.

 

Tengo la casa llena de arañas, Gabrielle, tejen mejor que yo. No he podido con la chambrita cada vez que lo intento, por las tardes cae la lluvia y me arropo con una manta y sueño que termino. Completo además unos zapatitos y los mitones, incluso una bufanda. Pero él llega, lo escucho cuando entierra la llave en la cerradura y rechina la vieja puerta y entra cuando apenas me incorporo y recojo el hilo. Pone en la cesta cierto disgusto porque las arañas han terminado de invadir la cocina y el niño tendrá hambre, ha tenido hambre toda la tarde y yo no aprendo a tejer, Gabrielle. Mi niño se morirá de frío, aunque ahora es verano y la lluvia impertinente tiende sus ocho brazos por la ciudad, en un par de meses mi niño, Gabrielle, tendrá sueño, tendrá frío y yo tan redonda, no puedo tejer.

 

La última vez soñé con Dolfín,
la joven de Burano que se enamoró del pescador Polo.
Se sabe que los pescadores son hombres buenos, pero pobres.
No pasean por palacios ni saben pintar como Velázquez.
Viajan hacia el norte, los pescadores pobres.
La fortuna de Polo era el azar.
En su red, peces e hilos convivían,
también, un alga que era bella como Dolfín,
el mar a veces nos brinda la mixtura de la fortuna:
una red, agua salina y algas.
No sabía Polo que las sirenas además de cantar tejen.
Es probable que con su canto reproduzcan
para los pescadores pobres
la espuma blanca de las olas
o inventen lo que los mortales llaman encaje veneciano.

 

 

Sueño

Soñé con mis chicos. El mayor ya era adolescente, el pequeño tenía la edad del que es mayor ahora. Tenía un auto moderno, más lindo de que tenemos ahora. Estábamos en una especie de mercado o tianguis. Había mucha gente y eso me preocupó. La misión era ir al museo o a una galería. Tenía que hacer varias diligencias ese día. Atravesamos en centro, la parte de los comerciantes. Decidimos ir caminando, porque sería difícil encontrar estacionamiento. No vi sus rostros. No vi los rostros de nadie. Sólo escuché sus voces, la voz del futuro de mi hijo mayor. El pequeño seguía siendo pequeño, aunque no tanto. Creo que en mis sueños la distancia entre ellos es de seis o más años, no de tres. No recuerdo los rostros de las personas. Sentía sus cuerpos cerca, muy cerca. En algún momento nos separamos, creo que tenía que buscar un cajero y convenía caminar sola. Me angustiaba mucho que hubiera personas, tantas personas. De pronto me encontré un parque con un cerro a la vista, una de sus laderas tenía pasto verde, había personas sentadas, separadas unas de otras. Mucho espacio entre todos. Me dieron ganas de sentarme. Pensé que sería bueno respirar y me busqué un sitio. Me senté. Un hombre tocaba su armónica desde un rincón. Desperté mientras buscaba la ubicación exacta del músico. Cuando desperté ya era tarde, faltaba un minuto para que iniciara la videoclase de mi niñito. Ahora que lo escribo me pone triste que la pandemia se haya metido a mis sueños.

 

Actualmente…

Escribo sobre casas y cuidados. Mi último libro se llama Boceto de una vida sin casa.

 

Sueños futuros

Quiero soñar a mi papá, darle un abrazo y contarle sobre el documental que vi hace poquito, donde se cuestiona esta vida que llevamos encerrados en el hormigón y lo poco que nos enseñaron a llevar la naturaleza en el corazón. Le quiero decir que hizo falta que me platicara sobre el cultivo de lombrices y lo bien que le hacen a la tierra y al mundo. Eso, quiero encontrarlo de nuevo en mis sueños.

Adriana Ventura ha publicado las plaquettes La rueca de Gabrielle (Editorial de otro tipo, 2014), Elogio a las rain boots que no tengo (Editorial de otro tipo, 2015) y Café Bausch (Colección La Ceibita, FETA, 2015) y el libro Boceto de una vida sin casa (Praxis, 2018). Obtuvo el Premio Estatal de Poesía “María Luisa Ocampo” (2016). Actualmente es becaria del Programa Jóvenes creadores del FONCA.

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