Con un lacónico, aterrador y nostálgico sueño el escritor Rodrigo Flores —quien recién estrenó Ventana cerrada en la colección Ala de tigre de la UNAM— comparte con nosotros un par de poemas ansiosos sobre las cosas que observamos en los espejos que a veces somos.
–Maricela Guerrero
Dos poemas
A veces visito tu punto de vista,
tus escépticas avenidas
que desembocan en cándidas bocacalles, tus acantilados, tus baldíos.
Observo con detenimiento
los monumentos para honrar tus tautologías
y las estrategias con que evitas la autoindulgencia.
Subviertes las rutinas escuchando ventiladores,
husmeando en los cajones, cepillándote los dientes.
Te vigilo desde el perímetro de tu desconcierto,
espío las zanjas en tu cuero cabelludo,
merodeo tus hipocondrias y tus disciplinas.
Te observo consumir cápsulas de ajo
y enseguida devorar, con displicencia, cinco tacos al pastor. Evitas
la hipocresía del testimonio, urdiendo
tropiezos,
rutas postergadas,
erosiones.
Para guarecerte del temporal,
te cuidas del colesterol,
de la presión y te ejercitas.
Los pies en la tierra son una trampa,
una tregua,
una salida de emergencia.
Muerdo una manzana,
hay huellas sangrientas en su pulpa.
La imagen del aborrecimiento es un espejo.
***
La desesperación es una alternativa razonable.
Si no, ¿cómo combates el síndrome de abstinencia?
Te gusta torturarte.
Administras vitalidades, cedes a cada minúscula plenitud.
Te regocijas en frágiles desobediencias:
duermes con lentes de contacto
, dejas el refrigerador abierto
y azotas la puerta de madrugada.
“¿Cómo adiestro el infortunio? ¿Se puede sofocar un soliloquio?”
Has aprendido a disipar las preguntas con bostezos.
Te acostumbras a las inminencias sin gesticulaciones.
Pero a veces te descubro cuando muerdes una cuchara,
al arrancarte los padrastros o cuando entrechocas las rodillas.
Hay un movimiento telúrico pero no se activa ninguna alerta.
No sé si convocar a los militantes de tu paz interior
u observar cómo te inmolas mientras retoño.
Sueño