Crestline, Ca.

Recordar nuestra niñez incluye, sin duda, los viajes en carretera con la familia. Las charlas de los adultos que van en los asientos delanteros, la música de fondo, los ruidos comunes del coche, el sonido opaco del movimiento, la textura del asiento, la temperatura en la ventana, poner las manitas sobre ella para comprobar que afuera hace más frío o más calor, emanar el vaho que la empaña. Mirar, ver y observar no son sinónimos cuando se es pequeño y se viaja muchos kilómetros.

La sensibilidad al paisaje de Mayra Huerta viene desde niña. La familia Huerta viajaba desde Ciudad Juárez hasta Nogales, Veracruz, recorridos que educaron el ojo de Mayra. Su comprensión del paisaje es una configuración del aspecto natural que se integra al contemplar el horizonte.

  Crestline, Ca. es una serie fotográfica que documenta una porción montañosa ubicada en el Condado de San Bernardino, que goza de la suerte de ser un espacio recreativo natural estadounidense. Lagos y pinos protegidos y poco transitados. En las faldas de la montaña, una ciudad en progreso; y allá arriba, contemplación: como un acto de observar —o ver, o mirar— lo que acontece alrededor. Allá abajo el paisaje cultural, siempre cambiante a causa del hombre; en la montaña, el paisaje natural. Y entre los dos paisajes, una simbiosis de beneficio mutuo.

  Es en esta relación estrecha entre territorios que la fotógrafa se interesa y reflexiona —documenta— sobre los escenarios naturales que se comparten entre Estados Unidos y México, que aparentemente son similares pero que, en ese vaivén geopolítico y cultural, el paisaje se percibe ya totalmente opuesto una vez que se cruza la frontera.

   Para Huerta, documentar las cualidades espaciales del territorio no es sólo dejar evidencia de lo que existe actualmente, in situ, es una forma de estar en los paisajes. Porque después de tantos kilómetros recorridos, Mayra ya pertenece a ellos.