Texto y fotografías por
Roxana Alvarado
—Vamos a ver qué te parece —me dijo mi mamá, en el auto.
Salíamos del área urbana de Ensenada hacia la carretera Ojos Negros; en el camino, vi colonias detrás de cerros que no sabía que existían. Casi por llegar, alcancé a ver el amarillo y el rojo de un letrero.
— Mira, Roxy, si hasta hay un OXXO.
Desde el asiento de atrás la veía sonreír por el retrovisor y tomarle la mano a José, su novio, como si un OXXO en medio de la nada lo arreglara todo. Antes tomábamos las decisiones juntas, cuando José llegó hubo un borrón y cuenta nueva. Ahora había un hombre en casa. Se hacía lo que él decía y teníamos que también entender lo que no decía. José era flaco, blanco y tenía en el brazo izquierdo una mancha de tinta que cubría todo su brazo, él decía que era un jaguar, pero no era nada. Entre José y los horarios nocturnos que mi mamá mantenía en la maquiladora del otro lado de la ciudad, en Maneadero, nos habíamos alejado cada vez más.
Habíamos buscado una casa a lo largo y ancho de Ensenada durante siete años, hasta que a mi mamá le entregaron una vivienda social en el 2010 en la colonia Infonavit Villas del Roble. Ese año nos convertimos en propietarias de una casa de 3 x 6 metros. Un cuarto, un baño y un área común eran nuestros de verdad. José compró la casa de junto: el plan era tirar la pared de en medio para ampliarnos y de las dos casas hacer una. Yo pensaba que no debía de haber nada peor que vivir al lado de tu expareja toda la vida, cosa que sucedió: la pared nunca se tiró, y mi mamá hoy vive a un lado de su ex.
Al principio era agradable estar tan aisladas, teníamos la vista de un cerro poblado por piedras pálidas. Mi mamá y yo caminábamos ese cerro todas las tardes, el olor de hierbas nos abrazaba gran parte del día. No estaba mal vivir en una casa tan pequeña y tan alejada, aunque mis compañeros de la prepa dijeran que yo vivía en el fin del mundo: “allá donde no pisó Dios” , “en el culo del diablo», “donde da vuelta el aire”. Para mí no eran bromas sobre vivir en la periferia sino sobre ser pobre. Suponía que sabían que durante mi regla tenía que elegir entre comprar toallas sanitarias o pagar los cuatro micros para llegar a la escuela y volver a casa o de la vez que mi mamá se lesionó la columna por el movimiento mecánico que le exigía su puesto en la maquila y no pudo trabajar, así que, sin dinero, tuvo que cocinar el kilo de habas que tenía un par de años en el fondo de la alacena. El primer plato fue delicioso: habas bañadas en una salsa verde. Lo comimos tres días seguidos. Después, nada. Comimos hasta dos días después, cuando mi mejor amigo llevó dos bolsas con mandado: verduras, chiles verdes, tomates, frutas, papas y legumbres, todo menos habas, por fortuna.
***
Aparecimos en el Roble como los puntos suaves y pequeños del hongo de un tomate que se queda afuera del refrigerador en el punto más caliente del verano. Puntos que se convirtieron en una maraña verde y purulenta; pronto, ya no cabíamos. La ruta del micro se extendía cada vez más hacia dentro, seguía el ritmo maquilado de las casas que aparecían de la noche a la mañana. La maquiladora proporcionó un transporte que tardaba dos horas en llegar del Roble a Maneadero. Algunos trabajadores cooperaban para pagar la gasolina a quien tuviera carro, pero muchos otros prefirieron mudarse y pusieron sus casas en renta. Todo aquel que no podía pagar una renta de tres mil a cinco mil pesos mensuales llegaba al Roble. Allí las casas se rentaban por mil pesos.
Comenzó a haber inquilinos temporales, un movimiento de entradas y salidas que dejó marcas en el panorama. En esta etapa varias casas quedaron en estado de abandono y fueron ocupadas como narcotienditas; en el 2021 el Roble se convirtió en una de las colonias de Ensenada con mayor presencia del narco. Nosotros tuvimos de vecino a John, un narcomenudista pocho de casi dos metros; sus clientes hacían sonar la puerta toda la noche. Muchas veces John abría la puerta, ansioso, porque creía que alguien había tocado; la cerraba y se repetía a sí mismo: “There is no one out there, there is no one out there”.
Cuando la policía se llevó a John, una familia con un niño con síndrome de Down ocupó su casa. Nunca vi a los papás, solo los escuchaba gritarle al niño que se metiera a comer. Él picaba la tierra con palitos, también picaba a gatos que merodeaban en su patio. Cuando las vecinas de atrás fumaban marihuana, el papá les gritaba: “Pinche humadera” y azotaba su ventana, hasta que un día se cansó.
—Vecina, vecina. Oiga, vecina —dijo y me quité mis audífonos. Sonaba tranquilo hasta que gritó—: No te hagas pendeja, hija de la verga, si ya sé que me estás escuchando.
La vecina tuvo que dejar de contarle a su amiga qué tan chiquita la tenía el wey con el que había salido esa semana.
—¿Qué traes, pendejo?, ¿cuál es tu pinche pedo? Si estoy en… mi… can-tón —dijo, enfatizando cada sílaba.
—Mira, mija, si te gusta fumar con tu hija ahí cerca, no tengo pedo, pero toda tu peste se está metiendo al cuarto de mi hijo; mejor, métete a fumar a tu casa.
Me pareció razonable.
La vecina soltó una carcajada abierta al aire, y la imaginé echar la cabeza hacia atrás.
—¿Ah, sí, culero? Mira, nada más, ¿ahora que eres cristiano no te acuerdas de que te metiste a robar a mi casa, verga?
—¿Y eso qué? —le respondió el vecino.
***
En el 2013 se detonó el quiebre de las desarrolladoras de vivienda como GEO, Homex y Urbi. Muchas empresas junto con Banamex intentaron revivir Infonavit durante un par de años hasta que la inversión dejó de ser viable. En el 2018 el Roble y otras colonias más ya no pudieron crecer a causa del quiebre definitivo. En ese mismo año mi mamá hizo nuevos planes para su casa: ella quería olvidar que vivía en esa colonia. Amplió su sala y cerró con bloques las ventanas y para dar luz a sus plantas dejó dos franjas de vitroblock en la parte más alta de la pared.
Teníamos una vecina de Sinaloa que era chiquitita, Lupita, su complexión delgada se acentuaba con ceñidas ropas elásticas de colores neón que hacían juego con sus sandalias llenas de diamantitos. Tenía su cabello largo, lacio y negro siempre recogido a la altura de la nuca. Nunca la vi fumar, pero sus labios fruncidos la delataban. Era extraño cuando no se ponía a tomar un cartón de cervezas en fin de semana con la música a todo volumen. A falta de espacio para albergar invitados y dinero para expandir las viviendas, los diminutos patios se transformaban los fines de semana en salas exteriores. Era práctico y funcional.
Cuando sonaba “Millonario de amor”, de Sergio Vega (No alcanza para la renta/ mucho menos pa’ viajar/no hay en nuestra casa cortinas,ni joyas en el cajón/Pero tengo una fortuna, porque como tu no hay ninguna/me llenas los bolsillos del corazón), Lupita cantaba a todo pulmón abrazada del cuello de su marido. A las cuatro de la mañana los escuchábamos reír y amasar el nudo de sus problemas de pareja. A Lupita siempre le hacían jalón su esposo y la vecina de enfrente, su mejor amiga. La dinámica fue la misma hasta que dejó de ser habitual ver al trío con sus Tecate en mano. A Lupita la sacaron, y ahora eran su marido y su mejor amiga quienes vivían juntos al otro lado de la calle.
En el Roble también vive Jocksan, de quien dicen que sus peleas se transmitían por Box Azteca, pero cayó en las drogas y perdió su carrera. Fui a verlo entrenar en un gimnasio que él estaba habilitando dentro de una casa desocupada. En la fachada se leía “GIM”, pintado en aerosol negro. Con señas me explicó lo importante que era para él entrenar a los muchachos que se acercaban, ayudarlos a mantenerse fuera de las drogas. Jocksan no sabía si había perdido la voz a causa de los golpes o de las drogas. Tampoco sabía que un neurólogo le iba a advertir que era un proceso degenerativo y que perdería cada vez más el control sobre su cuerpo hasta el punto de no caminar.
Cuando fui con Jocksan a esa cuadra las demás casas estaban deshabitadas, eran cubos de concreto sólido incrustados sobre el paisaje montañoso. Volví días después y las casas ya estaban apartadas por sus nuevos habitantes. El conjunto de construcciones parecía un instructivo sobre cómo dibujar y habitar paso a paso tu vivienda Infonavit. La primera casa estaba terminada, los siguientes tres complejos tenían menos acabados, otras tenían las escaleras a medio construir, después ya no había escaleras de cemento y los habitantes improvisaron con unas escaleras de tijera, de esas que se usan en la construcción. Cerraron las ventanas y las puertas con tarimas, y cada familia escribió su nombre sobre la casa que decidió ocupar. Luego reemplazaron las tarimas por cortinas de tela tensada en marcos de madera, algunos tuvieron la oportunidad de instalar cancelería y después ventanas, en algunos balcones había cubetas y latas con sábila y geranios.
***
Tiempo después volví a esa misma cuadra, quería saber más de los paracaidistas. Hablé con algunos vecinos y me dijeron de Luis. Luis era quien organizaba la toma de las casas. Él era quien se enfrentaba a la policía cuando intentaban sacar a los paracaidistas de su vivienda. Era muy delgado y de piel morena y brillosa, sus pómulos tensaban sus cachetes, forrados por una barba negra. El día era caliente y olía a las hierbas altas que enmarcaban el camino de la calle sin pavimentar. Salían matas grandes de flores amarillas y blancas, hojas de forma almendrada y otras con picos y espinas tiernas todavía verdes para lastimar a alguien. Un olor fresco se mezclaba con el drenaje, el agua corría y pensé que ahí, y sin haber pisado Dios, podría haber un entramado de ríos. Seguí con la mirada el trazo de humedad hasta llegar a una tubería rota cerca de la calle pavimentada a unos quince metros. De la tubería salían mangueras verdes y negras que daban agua a la cuadra de los paracaidistas.
—Me llama la atención cómo han ido haciendo de estas casas su hogar —le dije mientras caminábamos—. Quería preguntarte cómo la están llevando acá con este proceso.
—Pues yo tengo a mis hermanos que me dicen lo que tengo que saber —respondió—. Jorge es el mayor y Víctor es el de en medio. Si sé que contigo no hay problemas es porque ellos ya me dijeron. Los policías no quieren que ande aquí, siempre me andan levantando. Cuando alguien pide una casa para ocupar hacemos preguntas para saber si de verdad la necesitan, mis hermanos siempre hablan conmigo, por eso sé que contigo no hay de qué preocuparse.
En un lugar donde un cajuelazo puede costar trescientos pesos, no me sorprendió que los hermanos de Luis me hubieran investigado. Luis se sentó en un bloque y siguió el hilo de la conversación, habló de personas por su nombre como si yo las conociera, habló también de otra colonia donde dirigió a los paracaidistas.
—¿Cómo quieres que sea tu casa ya que sea tuya, Luis? —le pregunté.
—Ellos, los policías, mataron a mis hermanos por andar haciendo lo mismo que yo. Esto es algo que siempre hemos querido proteger, que todos tengamos algo pero nos desaparecen, como al Jorge. Pasó lo mismo con el Victor, le quisieron quitar a la mala unas tierras que él tenía, no se salió y me lo mataron.
Los demás vecinos me habían dicho que Luis estaba medio tocado, pero no le di importancia. Comenzamos a caminar de regreso y Luis siguió hablando, dos pasos delante de mí.
—Con la ayuda de mis hermanos, si Dios quiere, pronto todos aquí van a tener una casa. Aun muertos, ellos me hablan siempre, me dicen lo que tengo que saber de la gente y lo que tengo que hacer. ♠
*Este texto se trabajó en el cuarto taller de crónica organizado por Relatos del puerto.
Roxana Alvarado (Ensenada, B.C., 1995). Su obra es de carácter procesual, a través del registro fotográfico y trabajo de campo recopila experiencias dentro del colectivo obrero mexicano. Aunado a su vivencia personal teje a manera de escultura el panorama dentro de la vivienda de interés social y sus mecanismos. Sus observaciones se inclinan hacia los grupos marginados dentro de las colonias de interés social situadas en la periferia de Ensenada, B.C., como los movimientos paracaidistas y las personas sin hogar que transitan entre habitar y no habitar la colonia. Cuenta con exhibiciones individuales y colectivas, dentro de las cuales destacan el Encuentro Nacional de Arte Joven XLI, la Bienal de Baja California XXlll, la XI Bienal de Fotografía y su más reciente exhibición individual Segundo Round : Por un patrimonio INFONAVIT (2021).
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