Cinco microficciones porque los pares me irritan

 

 

por Joelia Dávila

 

 

despertar

las balas fueron dándose de a poco. sonaban como palomitas de maíz al calor del microondas, así, comenzando lento hasta convertirse en una ráfaga imparable que inundó el cine de humo. julio volvió del sueño y le llevó un rato entender que estaba en casa, despierto y sin disparos. a salvo. sólo que no era su casa, ni estaba despierto, y, si se hubiera podido ver con ojos vivos, notaría varias cascadas rojas saliendo de su pecho. una cosa, al menos, sí era cierta: ya estaba a salvo.

la rabieta

por lo general lo dejaba hacer su rabieta, revolcarse en el piso y patalear al aire. después de dos o tres minutos de ignorarlo, erick se levantaba y, en silencio, se iba a su habitación y se dormía. pero ahora ya llevaba más de cinco minutos rabiando, lanzando gritos y golpeando el piso y la pared más cercana. lo preocupante fue cuando comenzó a patear los muebles: la vitrina del comedor estuvo a punto de caérsele con toda la cristalería encima. maría no soportó más. fue hacia el armario, llenó una maleta con las primeras prendas que tomó de la cajonera y caminó hacia la puerta, furiosa.
la mañana siguiente, erick recibió la demanda de divorcio.

oh fortuna

su casa siempre parecía estar de fiesta. risas, música, focos encendiéndose y apagándose durante toda la noche. en invierno, las ventanas lucían empañadas de tantos alientos cruzándose al interior. algunos domingos, la gran televisión del estudio retumbaba en las paredes transmitiendo los partidos de futbol, y por las noches era el drama de las telenovelas. la música en alto volumen estremecía los cristales, especialmente el oh fortuna de carmina burana, que solía repetirse en loop durante días.
los graves cánticos también la estremecían a ella cuando, meses después de haber salido huyendo, de repente pasaba para ver si los viejos habitantes de su casa por fín habían decidido cruzar al otro mundo.

el espejo de perseo

emocionada y algo ansiosa, se acercó al espejo para arreglarse. siempre cuidaba de no mirarse directo a los ojos, pero esa cita prometía, así que decidió ponerse sombras y rímel. un giro en la pupila fue suficiente.
en el restaurante, el hombre miró el reloj una vez más, se retiró los lentes oscuros con resignación y emprendió el regreso a casa, mascullando entre dientes “eso me pasa por cortejar a mujeres con serpientes en la cabeza”.

el final del juego

“ey, carnal, dime, ¿qué piensas de la muerte, crees en los fantasmas?” el fito cerró los ojos al escuchar la pregunta del alex, su compa, y empezó a relajar el brazo. recordaba claramente todas las veces que la muerte se le había aparecido y cada tregua acordada. por alguna razón había logrado empatizar con ella y convencerla de dejarlo un poco más. siempre un poco más. también sabía que no existían los fantasmas, sólo muertos que, sin haber aceptado el trato, ella se los llevaba sin que se dieran cuenta.
él sí se daba cuenta. se jugaba un chinchampú con la huesuda y esta siempre perdía. le divertía hacerlo, lo hacía a consciencia. realmente no le interesaba llevarse al muchacho, le gustaba más el juego, la seducción inconsciente. el azar.
al cerrar los ojos la llamó. ella llegó, presta para jugar. pero esta vez el fito no quiso hacerlo. le pidió el viaje, decidido. ella, que le había tomado cariño, no pudo negarse.
“bro, ey, compita, ya dime, pues. yo sí creo, me han pasado varias cosas, washa…” dijo el alex mientras sacudía el hombro del fito, pero este no abrió los ojos. nunca más abrió los ojos.

Joelia Dávila (Mexicali, Baja California, 1978). Traductora, editora, copywriter, arquitecta y maestra en estudios socioculturales. Fue becaria por el Instituto Mexicano de la Juventud en 2005 y por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en 2003. Ha impartido talleres de creación literaria en poesía y narrativa así como en redacción académica. Ha desarrollado arte-instalación y publicado poesía y narrativa breve en revistas nacionales como Alforja, La Otra, Aquilón, Tierra Adentro y Plástico, así como en libros y antologías. Ha publicado dos poemarios: Del polvo a la piel (2006) y Ferogramas (2016). Sus últimas colaboraciones aparecen en Versas y diversas Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea (Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2021) y De perfil los gatos siempre sonríen (Pinos Alados, 2021).

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